Eterno Retorno

Tuesday, November 30, 2021

El pobre parecía venadito lampareado

 


Nos fuimos en camión hasta la capirucha y ya llegado allá, mi tío me presentó con unos cabrones pelados como sardos. No llevaban uniforme, pero a leguas se veía que eran tropa curtida.

Fuimos a unos campos que estaban atrás de unos cerros por la carretera libre a Toluca y pusieron en mis manos un rifle. Era un Kar98 de cerrojo. Al primer disparo sentí el culatazo de la carabina que me mandaba para atrás, pero me mantuve firme. Como ocurrió cuando debuté con la 22, al tercer tiro acerté romper una botella. Nunca volví a fallar.

Aquellos pelones me trajeron en chinga. Cada día me ponían en las manos un arma diferente, y por la noche me hacían pegar corridas entre barrancas y cerros tupidos.

Como a los dos meses me dijeron que había llegado la hora de mi examen. Me llevaron a un rancho allá por la carretera Pachuca, y me pusieron dentro de un corral de vacas. Uno de los pelones trajo arrastrando a un greñudo barbón, cuya cara estaba llena de moretes. Con una navaja cortó el mecate que le ataba las manos por atrás y lo puso frente mí.

-          Este pinche aprendiz de Che Guevara andaba de guerrillero en las sierras de Ayutla, pero hoy le vamos a dar una oportunidad de ser libre. Le vamos a dar siete segundos para pelar gallo y correr tan rápido como pueda. Tú vas a contar hasta siete y entonces disparas. Tienes chance de disparar un solo tiro. Si este cabrón brinca la cerca y se pela, entonces es libre y significa que tú reprobaste el examen

 Por un par de segundos le busqué la mirada al greñudo. El pobre parecía venadito lampareado, temblaba un chingo, gemía y parecía que se iba a soltar chillando.

El pelón dio la orden.

-          Ora sí mi Che Guevara. Prepárate pa correr por tu vida  que empieza el conteo. Uno, dos, tres…

El barboncito empezó a correr por anca la madre. Estaría asustado, pero sí que era ágil el culero. Corría en zigzag y cuando vi su agilidad, pensé por un momento que me reprobarían. Cuando el pelón llegó al siete jalé del gatillo y sentí el chingadazo de la carabina en mi hombro. Disparé sin mirar, guiado por el sexto sentido que me llevó a matar al puma y al cuatrero. Acerté en la pura nuca y el pobre greñudito dio el costalazo cuando su mano derecha ya había alcanzado a tocar la cerca. El pelón me dio una palmada en la espalda. Como un anticipo de los trabajos que me darían fama en el futuro, bastó con una solitaria bala. Me acababa de graduar con honores. Dentro de una semana cumpliría 16 años.