Eterno Retorno

Saturday, November 06, 2021

en mi calidad de alacrán libresco no me es dado tener alas

 


Será una de esas canijas mentadas de madre del destino o que en mi calidad de alacrán libresco no me es dado tener alas, pero el caso es que nuestra vida diaria transcurre en un municipio donde no hay librerías. Si quieres pepenar buena literatura en Rosarito la vas a pasar muy mal. En mi caso es el equivalente a que un teporocho habite en un lugar donde no hay licorerías en muchísimos kilómetros a la redonda. Sí, ya sé que hoy en día los libros se compran en Amazon, que a la puerta de mi casa puede llegar el ejemplar que se me antoje, que puedo llenar mi iPad de e-books  y bla, bla, bla. Bullshit. Se les olvida que para mí una librería es un fin y no un medio. Uno va a una librería por el puro gusto rondar por ahí para ser acechado y sorprendido por el más improbable de los libros, ese con el que ni siquiera contabas y que es capaz de atraparte con el embrujo de su portada.  En un mundo ideal, sería lindo que en el centro de Rosarito hubiera una bonita librería. Felices los que viven en el Chilango y pueden pasar la tarde entera en El Péndulo. Ni hablar de los porteños y su calle Corrientes. Aquí eso es lujo prohibido. En Rosarito librerías no hay. Para ir a El Día,  en Tijuana,  debo manejar unos 30 kilómetros desde casa y no es así como que me quede de paso. Bueno, me dirán que por estos rumbos existe una librería evangélica, que la Cruz Roja suele rematar en morralla  best sellers gringos, que hay por ahí  un café con una pequeña biblioteca y el infaltable  Walmart tiene su respectiva mini sección   de chatarra auspiciada por Gandhi, pero para el caso es lo mismo. Me jacto de ser un lector  omnívoro que lo mismo disfruta exquisitez gourmet que  carroña vil,  pero recorriendo el mini pasillo del Walmart concluyo que ni uno solo de sus libros me interesa en lo más mínimo. Ni  aunque me los regalaran.  Mi alto nivel de tolerancia chatarrera no cae tan bajo.  Hubo un tiempo, hace muchos años, que en mercado Ley podías pepenar literatura. Ahí llegué a encontrar libros de Saer, Onetti,  Tomás Eloy. Hoy ni siquiera marranilla Sanborns puedes hallar por estos rumbos.  Creo que el único reducto literario rosaritense que resiste como aldea de Astérix, es una pequeña papelería en la Constitución, donde entre cartulinas, colores y envolturas de regalos se asoman tímidas baratísimas ediciones  escolares de algunos clásicos. Como tuzas en  los hoyos de la yerma pradera, brotan Madame Bovary, Crimen y Castigo, Moby Dick, Demian y la Carta al padre. Son ediciones feúchas, la mera verdad, pero están ahí, enarbolando su humilde y solitaria bandera de resistencia aunque nadie las pele.  Vaya, no son precisamente bellezas de Acantilado o Zorro Rojo, pero se aferran,   como esas matitas baldías que brotan entre baldosas de hostil cemento.