Eterno Retorno

Tuesday, November 02, 2021

Una suerte de limbo blanco para Tilde


 

La ingobernable  y rejega niña terrible que jamás permitió que tu abuelo le pusiera una mano encima, soportaba con resignado estoicismo que los cruces de whisky y coca del fracasado émulo de Trent Reznor derivaran en periódicas golpizas. Cada vez eran más frecuentes las noches en que su marido actuaba como si la odiara a muerte.   Aquello ni siquiera pasaba por  jugar rudo ni era confundible con los fallidos escarceos de sexo sado que Marcelo intentaba practicar en los primeros días de su matrimonio. Era pura y vil crueldad de macho acomplejado.

Que las noches blancas en su depa-infierno de Brooklyn estuvieran condenadas a terminar  en violentas peleas se volvió ritual de lo habitual. Lo que tu tía jamás imaginó ni en su peor pesadilla, fue que Marcelo albergara tan mala entraña y sadismo como para patearla en el vientre después de arrojarla al piso. Podían llamarlo de cualquier forma: desafortunado exabrupto en riña, el ciego accidente de un cocainómano, pero para tu tía aquello era simple y llanamente  el asesinato de su bebé. El Trent Reznor región 4 le había provocado un aborto a patadas, pero Matilde estaba tan golpeada, tan disminuida emocionalmente y tan asustada, que ni siquiera tuvo el coraje y la asertividad para denunciarlo mientras estuvo internada en el hospital. Tampoco lo habló con nadie de la familia y eludió en lo posible las llamadas telefónicas para que la voz quebrada no la delatara. Se limitó a notificar en un e mail que había sufrido un aborto por posible malformación, aclarando que no deseaba hablar del tema. El exceso de somníferos que la mantuvieron postrada y el plañidero arrepentimiento de su marido se encargaron de inhibir cualquier asomo de  reacción.  Marcelo lloró de rodillas ante la cama donde tu tía yacía dopada y herida.  Su educación de católico reprimido y el terror a que su mujer lo denunciara penalmente,   lo orilló buscar consuelo espiritual con un sacerdote en la iglesia de San Patricio a donde fue juramentarse. No más whisky, no más coca, no más violencia. A partir de entonces comenzaba su nueva vida de esposo ejemplar. 

 

Pese a los reclamos de la familia, aquella Navidad Matilde y Marcelo no viajaron a Ensenada. Alegaron querer darse tiempo para una segunda luna de miel en algún paraíso invernal de esquí. Aspen fue para Matilde una suerte de limbo blanco en donde se limitó a ver nevar por la ventana de la cabaña, pues estaba demasiado débil y deprimida para aprender a esquiar.

La sobriedad y el arrepentimiento de Marcelo no pudieron prolongarse por más de medio año. Volvió a meterse una raya, “casi por casualidad”, durante el primer día de spring break. Cuando Matilde vio los ojos vidriosos, la quijada trabada y el compulsivo moqueo supo que el infierno estaba de regreso en su vida, aunque tardaría todavía unos días en manifestarse en la primera cachetada recibida después de la contrición de su marido.  Tal vez no fue el más duro de los golpes, pero sí tuvo la contundencia suficiente para reventarle el labio y destapar de una vez por todas la válvula de la rabia y la dignidad que la hizo estallar y salir del departamento con lo puesto a correr de madrugada por Sunset Park bajo una helada lluvia de primavera. En su huida no tuvo cabeza para agarrar una chamarra, pero para su fortuna la cartera con la tarjeta de crédito estaba la bolsa del pantalón.

Logró comunicarse a casa desde un Motel de Queens en donde pasó tres noches. Se limitó a decir que había roto con Marcelo y que retornaba a casa. Horas después ya iba camino al aeropuerto de Newark para tomar el vuelo que la llevaría a San Diego a donde toda la familia, contigo incluido, acudió a darle la bienvenida. Ese día la bautizaste como Tilde y entró a formar parte de tu vida.