Eterno Retorno

Monday, October 18, 2021

En vano esperó Livio su regreso.


 

El otoño trajo consigo las primeras noches realmente frías, algunas lluvias  y el arribo de los osos. No era infrecuente ver a los plantígrados rondando en las cercanías de las zonas habitadas de la Sierra Madre. Aunque no era cosa de todos los días, los avistamientos de osos  ocurrían una o dos veces por año. Lo que no era frecuente, era verlos  entrar a los patios o deambular frente a los porches  de las casas.

Un día, poco antes del amanecer, un ruido de cristales rotos despertó a Livio. Desde la ventana de su cuarto vio a una la pareja de osos dando cuenta de los restos de su solitaria cena de la noche anterior que había olvidado recoger de la mesa de la terraza. Eran dos osos negros de tamaño considerable que husmeaban a sus anchas. Livio pudo ver cómo volteaban en el bote de basura y arrastraban el mantel.

Las alertas sobre la presencia de osos en los alrededores de las casas empezaban a inundar las rede sociales. El video de un oso negro que parado en dos patas intentaba abrazar a una joven senderista en Chipinque  se volvió viral. Aunque no se habían registrado ataques a seres humanos, la recomendación era no hacer confianza ni acercarse demasiado. Livio había olvidado lo que se siente tener una mascota. Sus únicos perros los tuvo en su infancia, en la casa paterna de la Obispado, pero desde su entrada a la cementera no hubo en su vida tiempo para nada más. Livio mismo no sabría cómo definir su reacción ante la presencia de los animales. Primero fue inquietud o franco miedo al verse invadido en su vivienda. El paso lógico habría sido llamar a Arnauda y pedirle que trajera de inmediato a personal de protección civil o de Profepa que capturara a los invasores. También pensó en disparar al aire una de las dos pistolas que guarda para su defensa personal y así espantar a los plantígrados, pero cuando estaba a punto de hacerlo reparó en que la presencia de los osos no lo incomodaba. En lugar de eso se puso a grabarlos con su celular. Los osos permanecieron cerca de una hora en su terraza y solo acertaron a retirarse cuando les quedó claro que ahí no había más comida. En los días siguientes no volvieron a aparecer. En vano esperó Livio su regreso. Solo hasta ese momento se dio cuenta que deseaba volver a recibir la visita y fue entonces cuando se le ocurrió algo que en un principio podía parecer absurdo y descabellado pero que acabó por resultarle divertido: dejó suficientes sobras de carne y pollo tiradas en el suelo de la terraza y la carnada surtió efecto. Esa misma noche irrumpieron tres osos.