Eterno Retorno

Friday, April 30, 2021

tlacuache de la lectura

 


Por supuesto, lector de tiempo completísimo. Lector omnívoro, lector hedonista, lector aferrado. Escritor he sido a veces, pero lector soy siempre y en todo momento. Cuando a mí me preguntan cuál es mi profesión, les digo que soy un lector que me he ganado la vida como reportero y todo lo demás, cualquier otra cosa,  llegó como consecuencia inevitable.  Ahora bien, hay que ser un auténtico  tlacuache de la lectura. Me gustan los tlacuaches porque comen de todo: frutos, carne, huevos, basura, carroña. Igual los mapaches y los coyotes. No le hacen ascos a nada. Así es para mí el lector ideal, alguien que le entra a con fe a cualquier sopa de letras y puede ser tan feliz leyendo un autor de Anagrama,  Sexto Piso o Acantilado como lo es leyendo un best seller  comprado en el súper.  La clave es ser un lector hedonista, leer por puro principio del placer. Leer es un fin en sí mismo, aunque es también un medio. Es el viaje, pero es también el destino. La regla no escrita es que sobre mi buró puede haber obras gourmet en promiscua convivencia con vil chatarra editorial. Un umbral tan amplio de tolerancia acarrea ciertos riesgos inevitables. La probabilidad de tragar textos podridos que inducen al vómito casi inmediato es amplísima, pero acaso el gusanito que mantiene vivo este vicio es la posibilidad siempre latente de encontrar un diamante en la más insospechada piedra de carbón. Por fortuna en esta adicción no hay reglas inamovibles. De la misma forma que un exquisito producto intelectual de vanguardia puede resultar un bodrio, una novelucha de supermercado sin otro propósito que el entretenimiento puede resultar una agradable sorpresa. Lo único que justifica el vicio literario es el disfrute. Si en lugar de disfrutar sufres, es mejor dejarlo. Lo importante es tratar de liberarse de prejuicios a la hora de empezar a leer y dejar que el texto hable por sí mismo e intente defenderse solo. Si el texto acaba por naufragar será como consecuencia de su lectura y no de ideas preconcebidas. Esta condición de lector omnívoro y promiscuo ha dado lugar a improbables vecindades. En uno de sus Seis paseos por los bosques narrativos, Umberto Eco habla de lectores de primero y segundo nivel. El de primer nivel se interna en un bosque siguiendo un camino que lo llevará a un destino específico. El segundo se interna en el bosque para tratar de entender cómo está formado y por qué unos senderos son accesibles y otros no. En el bosque narrativo, el lector de primer nivel sigue un camino deseando saber cómo termina la historia, mientras que el lector de segundo nivel intenta descifrar la arquitectura y las claves del autor. El misterio no es cómo acaba la historia sino cómo está construida. Como soy un lector hedonista que se interna el bosque narrativo por puro principio del placer, no suelo hacer, al menos de entrada, demasiados esfuerzos para acceder al segundo nivel. Avanzo en mi lectura sin prisa por terminar o llegar a destino alguno y mentiría si dijera que leo siempre con los ojos del detective que intenta descifrar una clave. Hay quien disfruta y se entretiene viendo al mago sacar conejos del sombrero y hay quien se pasa la función tratando de adivinar dónde está el truquito. Toma también  el ejemplo de los grandes chefs. Anthony Bourdain era capaz de crear los platillos más suculentos e innovadores porque era todo un vagabundo que iba de allá para acá  y lo mismo lo podías ver en un puesto de tacos en Ensenada que en un mercado popular de Tailandia siempre abierto a experimentar nuevos sabores, igual  de la más humilde comida callejera que de los restaurantes más sofisticados. Qué jodido y limitado sería un chef que dijera “yo solo ceno en restaurantes como el Maxims o el Deus Magots y lo que no está a ese nivel no es digno de mí”. Al contrario, un chef se vuelve mucho más creativo  en la medida que explora nuevos sabores y combinaciones.   

 A lo largo de mi vida me he topado con muchísimos lectores selectivos. Hay quienes se ponen en plan de eruditos mamones y te dicen que solo leen clásicos y que después de Shakespeare y Cervantes no hay nada digno de ser comentado. Por el contrario, hay quienes dicen que solo lo ultra moderno los divierte  y que los clásicos y los decimonónicos son soporíferos y aburridos, pastillas para dormir ideales para vejestorios.  Hay quienes se presumen post –todo y se regodean en sus narradores contra culturales de nombres impronunciables y otros son felices con Stephen King. A mi manera de ver, si eres un lector excesivamente selectivo tú eres el que te estás perdiendo de algo.