En la obvia superficie
Acaso lo que más le aterraba, aunque se negara a reconocerlo, era la certidumbre de que sus mejores párrafos (o mejor dicho los menos malos) ya habían sido escritos. El tope de su escritura había sido alcanzado en 2014 o 2015. Ese había sido su techo creativo y en adelante solo le quedaría girar y redundar como disco rayado. Se aferraba a creer que en su interior dormitaba un nuevo creador aún desconocido, un monstruo que despertaría de un prolongado letargo y sacaría ases narrativos bajo su manga, conejos prosísticos bajo un sombrero de mago. Sus mejores páginas estaban a punto de ser escritas, aunque en el fondo (o en la más obvia superficie) Rocafuerte supiera que su yacimiento creativo era un pozo seco. Le aterraba sentir que su discurso era como el del gobierno mexicano, aferrado a creer en la eternidad de la abundancia petrolera como la varita mágica del desarrollo. Apostarle una y otra vez al oro negro con que la naturaleza o los dioses mexicas habían bendecido al país e intentar perforar una vez más los maltrechos fondos del Golfo para extraer néctar del vacío. Era aterrador reconocerlo, pero la visión de futuro de Ánimas no iba más allá del reciclaje de una fórmula agotada.
Era aterrador reconocerlo, pero la visión de futuro de Ánimas no iba más allá del reciclaje de una fórmula agotada. Así como la cuarta transformación quería ver un futuro luminoso vendiendo el petróleo que no tenía a un mundo que cada vez lo necesitaba menos, Rocafuerte creía que si su escritura le había dado las ganancias menos magras de su existencia y le había dado de comer por casi una década, bien podía él apostarle a que un amasijo de palabras más o menos bien acomodadas podían seguir mareando a distraídos jurados que le darían el gane en los concursos del mañana que para él ya no llegaría.