Eterno Retorno

Monday, December 14, 2020

la imposibilidad de pergeñar una apertura digna

 Como siempre, estás batallando horrores con la primera frase, paralizado frente a la imposibilidad de pergeñar una apertura digna. Tú mismo te has hecho el harakiri al confesar públicamente tu obsesión con el párrafo inicial y ahora estás pagando las consecuencias.

En talleres, charlas y entrevistas sueles machacar como un mantra la importancia de tirarse a matar en la elección de las primeras palabras. Es ahí donde se define el éxito o el fracaso de tu texto. Sucede muy a menudo que un cuento o novela cuyo arranque es prometedor, acabe naufragando antes de llegar a la mitad, pero es casi imposible verlo levantarse después de un arranque fallido. Lo que empieza bien a veces termina mal, pero lo que empieza mal irremediablemente termina peor.

Así las cosas, tu enfermiza clavazón con los arranques ha acabado por amarrarte las manos y tus cuadernos y archivos de Word son el equivalente al basurero de una clínica abortista, infestado de embriones narrativos muertos, criaturas literarias desechadas prematuramente al darte cuenta que de llegar a término la gestación escritural, arrojarías un libro deforme, contrahecho, discapacitado, condenado a dar lástimas y si hay algo que intesta este mundo  (aparte de las moscas y los pendejos) es la mala literatura.

Tu única certidumbre es que la humanidad no necesita más bodrios narrativos y tú no quieres contribuir con la estadística. Sin duda en algún libro de récords existe algún dato tan alucinado como alarmante sobre el número de bazofias literarias que pueblan el planeta, algo así como  “cada tres segundos un escritor pone punto final a una novela malísima” o “durante el tiempo que tardarás en leer este párrafo, las imprentas habrán escupido once libros patéticos cuyos autores consideran que son geniales”.

Tal vez no haya forma de verificar esos datos, pero en cualquier caso no debes andar tan errado en tus hipótesis. El mundo no necesita más libros (ni buenos ni malos ni regulares) y esos párrafos que bailotean en tu cabeza no quieren ser escritos.