Eterno Retorno

Tuesday, April 07, 2020

Canica va a morir. Hoy por la tarde irrumpió la certidumbre y por vez primera desde el comienzo de esta agonía nos quedó claro que ya no hay esperanzas para nuestra perrita. La Muerte ya está aquí y ahora solo es cuestión de esperar su soplo. ¿Cuándo ocurrirá? Puede ser esta misma noche o acaso dentro de unos días. No mucho más. Imposible pensar en un mes. El lenguaje de la sangre es concluyente y fatalista. Los análisis de hace diez días arrojaban riñones e hígado patinando al borde del desbarrancadero. La veterinaria nos recetó una ristra de medicamentos. Unas pastillas que actuarían como diálisis, un antibiótico para conjurar infecciones internas y una dieta ultra estricta. Seguimos al pie de la letra cada indicación. Canica ha dejado de comer por sí misma y la alimentamos sambutiéndole la comida hecha papilla a través de una jeringa. Mismo procedimiento para las medicinas. Lo único que todavía hace, cada vez menos, es beber agua de su plato y salir a pasear. Hoy por la mañana volvimos con la veterinaria, exactamente once días después de la primera cita. Volvieron a sacarle sangre de su yugular. Por la tarde dimos un largo paseo al parque, acaso el último de su vida. Las lluvias han dejado por herencia cielos limpios y el Pacífico luce petulante su azul disfraz de primavera. Canica aún tiene la fuerza para caminar y oler aunque por dentro su organismo esté a punto del apagón definitivo. Al mediodía incluso tuvo la fuerza para ladrarle al plomero que vino a reparar el boiler. Dormí un poco. Al anochecer llegaron los resultados de los nuevos análisis y la contundencia del trancazo no da lugar a interpretaciones. No solo no hubo mejora sino que en diez días todo se fue por el desbarrancadero. Con semejante catástrofe renal lo increíble es que siga viva. El veredicto de la veterinaria a través del WhatsApp se limitó a un “lo siento”. Queda claro que ya no hay mucho por hacer. Iker pasó de la aparente indiferencia y las bromas a la tristeza devastadora con su respectivo análisis científico. Desde que él nació Canica ha estado en esta casa. Ha convivido con ella a lo largo de sus diez años de vida. Dicho en otras palabras, aún no sabe lo que se siente vivir sin ella y si bien su forma de demostrarle amor es a través de bromas y carrilla, hoy nos ha quedado claro cuánto la ama. Nuestra particular cuarentena ha estado marcada por la agonía de nuestra perrita. Mientras el virus cobra sus primeras víctimas en Baja California y hace estragos del otro lado de la frontera, nosotros nos aferramos a salvar a nuestra pequeña. Su repentina caída ha coincidido con la distópica pesadilla. Grabé un video para el periódico El Norte en donde hablo de cruzar una frontera interior en estos días de encierro y planteo que la quietud es el mayor desafío al espíritu de una época que endiosa la premura. Creo que mentí. En nuestra cuarentena no ha habido quietud ni abstracción artística ni catarsis creativa. A la tarea de mantener con vida a Canica se suman una serie de catástrofes domésticas. Reventó una llave de paso bajo el fregadero, se jodió el boiler, el refrigerador profiere estertores de dinosaurio en extinción y luchamos a conciencia por mantener la casa en pie. Mientras esto escribo han dado las dos de la madrugada y no para de llover. Helada tormenta invernal en pleno abril. Iker ha querido dormir a un lado de Canica y Carol está con él. La lluvia retumba en la ventana del estudio. He tomado cuatro gotas de Rivotril, un par de vodkas nocturnos y media botella de tinto, pero el sueño aún no hace su arribo. Esta lluvia está cargada de mensajes.