LOS VEINTE
Esa maestra de la vida llamada Doña Historia dice que en nuestro país las décadas de los veinte suelen ser de lo más intensas. Entre el 20 y el 30 suelen irrumpir radicales metamorfosis y al final del decenio ya nada es igual. Podríamos irnos lejos en la máquina del tiempo y narrar que 1520, Moctezuma - preso de Cortés- aún gobernaba el Imperio Azteca y Tenochtitlán estaba en pie. Nada de eso quedaba en 1530. Echémosle ahora un ojo a lo que sucedía hace exactamente 200 añitos. En enero de 1820 éramos un virreinato casi pacificado que obedecíamos al déspota absolutista Fernando VII. En diez años pasamos por la forzada restauración de la Constitución de Cádiz, la firma del acta de Independencia, la creación del malogrado Imperio Mexicano de Iturbide, la promulgación de una Constitución Federal implantada como zapato a la fuerza, la primera presidencia de la República, la pérdida de Centroamérica, la primera deuda externa, el intento de reconquista española, el primer fraude electoral con su respectivo motín y el primer golpe de estado que depuso a un presidente, todo esto de 1820 a 1829. Una década caótica y apasionante en donde se inauguraron muchos de nuestros lastres contemporáneos y que me inspiró a escribir Cartógrafos de Nostromo. ¿Y hace cien años dónde estábamos? Con una Constitución recién estrenada, Carranza intentaba operar la primera transición presidencial pacífica heredándole el poder a un civil, pero los generales sonorenses dijeron “nanany” en Agua Prieta y se despacharon a Venustiano en Tlaxcalantongo. En 1920 Pancho Villa entregó las armas y Álvaro Obregón se quedó con la presidencia. En el 20 arrancó un periodo de efervescencia artística, una volcánica erupción de creatividad. Los murales de Siqueiros, Rivera y Orozco tomaron por asalto los edificios y la gran cruzada cultural de Vasconcelos llevó los libros a los más refundidos rincones del país. No es exagerado afirmar que nuestra identidad cultural moderna se gestó en esa década. Después Calles intentó amaestrar la caótica economía y creó el Banco de México, despegó la industria manufacturera, el laicismo a rajatabla hizo estallar la Guerra Cristera y después Obregón se pasó por el arco del triunfo el principio de no reelección, se despachó a su compadre Panchito Serrano, pero luego en la Bombilla León Toral le firmó su última caricatura a puros plomazos. Para evitar el despertar de la fiera, Calles institucionalizó la Revolución en un partido de estado, instauró el Maximato e inauguró la dictadura perfecta en 1929. Y qué decir de los 20 en Baja California, nuestra década dorada de ley seca estadounidense, cuando Tijuana, como el París de Hemingway, era una fiesta que multiplicó por once su población en tan solo diez años. La Tijuana que no dormía regodeándose en su iluminada noche y también la Tijuana que vio nacer la escuela Miguel F. Martínez y el Centro Mutualista Zaragoza. Tijuana y los tijuanenses somos hijos de los veinte. Y ahora… ¿qué nos espera en nuestros nuevos 20? ¿Qué historias narraremos en 2029? Corren apuestas colegas.