Cuando pienso en los colegas de instituciones culturales, como mi tocayo Daniel Goldin, que hoy padecen la guadaña retrógrada de la cuarta transformación y encima deben aguantar los insultos proferidos por los coristas del merolico mañanero, me acuerdo que el gran Georgie Borges tuvo que pasar por una humillación similar. En 1946 Borges dirigía la humilde biblioteca municipal Miguel Cané, cuando un gobierno populista, espantosamente similar al de la cuarta transformación, llegó al poder en Argentina. Georgie, quien había hecho pública su oposición a Juan Domingo Perón, debió pagar cara su condición de opositor. Rencorosos y sectarios (como marca el manual del buen populista), los peronistas se la cobraron cara al autor de Otras inquisiciones y ordenaron removerlo de su cargo en la biblioteca para trasladarlo a un puesto de inspector de aves y conejos en el mercado municipal. Bajo la óptica peronista, Borges era un fifí que escribía para fifís y debía pagar caro su pecado de haber nacido un hogar culto y burgués y no apoyar incondicionalmente al empoderado caudillo popular. Daría para un cuento la imagen de Borges, cada vez más cerca de la ceguera, inspeccionando pollos y conejitos en un mercado popular, pero el escritor declinó dignamente el ofrecimiento peronista y prefirió sumarse a las filas del desempleo. Cíclica es la hijoeputez: a unos los mandan a inspeccionar aves de corral y a otros los confinan al sótano. La historia universal de la infamia tiene vocación de eternidad.
Tuesday, February 05, 2019
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