Eterno Retorno

Wednesday, December 27, 2017

En su carta a Santa, Iker pidió una nueva computadora para su papá. Asumió que si yo la pedía me habrían traído una bolsa de carbón, pero su poder como gestor hizo la diferencia y aquí tenemos que en la mañana del 25 amaneció en la sala una Lenovo plateada. Es extraña la relación que llega uno a establecer con las maquinitas escriturales. A veces hay química, embrujo, una conexión casi telepática con el aparatejo. En 1974, Año del Tigre, un tal Paul Auster pepenó en 40 dólares una vieja máquina de escribir desechada por algún amigo, una Olympia portátil de fabricación alemana. Han pasado 43 años y a la fecha cada palabra publicada por Auster ha brotado de ese teclado. Yo nunca he tenido una relación tan duradera y pasional con una máquina, aunque he llegado a sospechar de los poderes mágicos de una modestísima Asus que me regalaron en un empleo temporal que tuve en 2010. Era el non plus ultra de lo humilde y yo me di a la tarea de atiborrarla de calcomanías de Iron Maiden. Le di un uso rudo, su batería se echó a perder desde los primeros meses, la pantalla estaba cuarteada y sin embargo fue una fuente de abundancia. De su teclado brotó Mitos del Bicentenario, Réquiem por Gutenberg, La liturgia del Tigre Blanco, Daxdalia, Dispárenme como a Blancornelas y algunos cuentos de Whisky malo. Cuando ya estaba casi en pedazos, la sustituí por otra Asus no tan magra. De ahí brotaron la Estrella muerta, Lobo en su hora y concluí Vientos de Santa Ana y el mal whiskocho. Después se le jodió el teclado, en los últimos meses el cargador y yo me había visto en la necesidad de trabajar en la HP de Iker. Gracias a las buenas influencias de nuestro hijo en el Polo Norte, ahora puedo estrenar este juguete y me dispongo a partir plaza y abrir brecha en una estepa virgen. Mario Levrero es de los pocos narradores que describe a un nivel casi obsesivo su relación con la computadora y sus entreveros con ella. Yo lo único que le pido a una máquina es que su teclado sea amigable con mis dedos. Claro, siempre queda la comodina tentación de tener una máquina mágica que incluya inspiración e ideas, una suerte de hechicera capaz de guiar mis manos y hacer brotar sangre y néctar de la piedra, pero por ahora me conformo con que sus teclas y las yemas de mis dedos se lleven bien. Iker llegó a mi vida con una torta de creatividad bajo el brazo y creo que una compu por él gestionada debe traer oculto más de un conejo blanco que me llevará como a Alicia por veredas extrañas y maravillosas.