Eterno Retorno

Friday, September 09, 2016

Muy buenas noches hijito de dios. Me da tanto gusto saludarte. ¿Ya estás listo para salir mañana a marchar en nombre de la familia? Duerme bien corderito y espero que al menos esta noche no te traicionen esos demonios del subconsciente y de la libido que tan culpable te hacen sentir. No vayas a tener un húmedo sueño que te obligue a confesarte por la mañana. ¿Sabes una cosa, queridísimo tragador de hostias? Yo a ti te conozco muy bien. He convivido contigo toda la vida. Me sé de memoria tu perorata y puedo recitar tu credo al derecho y al revés. Mi ciudad natal está y ha estado llena de gente como tú. Pasé mi niñez viendo muy de cerca a piadosos pseudo-familiares que adoraban a Escrivá de Balaguer y veo que aún con todo en contra se aferran a seguir en la tecla. Te conozco mojigatito. Demasiados años llevas existiendo y ensuciando el mundo y dado que no crees en la anticoncepción, te reproduces como las moscas e igual que ellas contaminas mi entorno con tu ignorancia. ¿Sabes qué es lo más patético de tu perorata, linda ovejita cristiana? Que tienes el puto descaro y el cinismo de hablar en nombre del amor, del bien, de los valores (ay, esa lindísima palabra que tanto te gusta) Ya en serio ¿No te parecería más honesto aceptar el profundo odio que sientes? ¿Acaso no es más digno admitir la repugnancia, la furia y el miedo que te inspira todo aquello que no es como tú? ¿Por qué no reconoces que te da pavor mirar a los ojos del otro, del diferente, del raro, del anormal, del extraño? La bruja, el hereje, el pagano, el librepensador, el homosexual, la lesbiana, el disoluto. Para ellos deseas y has deseado siempre una enorme pira sacrificial. Si vas a marchar al menos se honesto y atrévete a predicar el profundo asco que te causamos. Anda, vomita tu odio, es terapéutico. Te he dicho que llevas mucho tiempo existiendo y sí, por desgracia has contaminado a la humanidad a través de los siglos. Hace algunos años, por desgracia no muchos, eras un inquisidor y te deleitabas torturando y quemando a la gente como yo. ¿A poco no te gustaría hacerlo ahora? ¿A poco no disfrutarías mandando la hoguera a todos esos “degenerados homosexuales” que se creen con el derecho de poder casarse? ¿A poco no te deleitarías achicharrando la carne pecadora de todos esos “asquerosos pervertidos” que se atreven a contaminar tu sacrosanta unión familiar? Por lo menos ten la honestidad de admitirlo y sincerarte. Te causaría orgasmos tener la facultad legal de poderme llevar a la hoguera, pero este hereje país laico no te lo permite y ahora tienes que soportarme. Pobrecito corderito. ¿Y por qué no puedes mandarme legalmente a la hoguera? ¿Acaso porque tu sacrosanta iglesia se reformó y tomó conciencia alguna vez? Para nada. Tu iglesia es la misma vieja ramera de toda la vida. Si hoy vivo en un país donde puedo blasfemar públicamente es porque a tu estirpe inquisitorial la hicimos entender a punta de Ilustración, Siglo de las Luces, revoluciones laicas, reformas liberales. Hormonal y espiritualmente tu iglesia es la misma de Torquemada (y por favor no se me suban a tren, protestantitos de mierda, que ustedes, merolicos de la biblia, hijos de Lutero y de Calvino, mataron más herejes que los católicos). Ya admítelo corderito de dios: te mueres de ganas de poder matarme legalmente, como ardes en deseos de poder condenar a la cárcel, a la hoguera y al fuego eterno del infierno a todos esos “sodomitas pornógrafos liberales” que todavía tienen el descaro de exigir sus derechos. Todo aquello que contradice el modelo de tu perorata oscurantista e ignorante te aterra y quieres destruirlo. Acéptalo ovejita cristiana: tus valores y tus creencias son idénticos a los de un terrorista de estado islámico. La diferencia es que el musulmán lleva a la práctica lo que tú solamente deseas. Ellos matan a los homosexuales que tú odias y desearías inmolar en la piedra de sacrificios. Los hijos de la yihad ponen bombas para masacrar a todos esos “asquerosos apóstatas y ateos” como yo, esos soberbios descreídos que no tienen temor de dios y que tú también deseas asesinar. Te mueres de ganas de matarnos porque nos odias y te damos miedo, un profundo miedo. Sincérate corderito de dios: tus valores son igualitos a los de un combatiente de Mahoma. Idénticos a los valores de la basura protestante que va a llevar al poder Donald Trump en Estados Unidos, todos esos racistas bíblicos renacidos que odian y temen al diferente. Ellos vomitan sus miedos en el migrante y tú los vomitas en el homosexual. Igual son hermanos en cristo. La peste evangélica es la que va a llevar al poder al hombre que desatará la próxima guerra y tú, mi lindo católico mexicano, eres igual a ellos. Después de todo comparten la misma pestilente droga que nubla sus cerebros. Tú y los evangélicos le llaman cristo, los yihadistas le llaman alá, pero te voy a decir un secreto: son la misma mierda, brotaron del mismo desierto y esparcen la misma intolerancia (las minúsculas en cristo y alá no son faltas de ortografía. Sucede que la basura no me merece el menor respeto gramatical). No hay nada que marque diferencias entre las pieles chamuscadas por la inquisición y los cuerpos desmembrados por las bombas yihadistas. Sufrieron un castigo por atentar contra tus sagradas creencias, contra tu modelo de mundo, de humanidad y de familia que no admite ni admitirá la diferencia. ¿Tanto trabajo te cuesta reconocerlo? ¿Y sabes qué es lo peor de todo mi adorable mojigato? Que en mi modelo de vida no tienes nada que reprocharme. Soy heterosexual porque así se ha desarrollado mi cuerpo. Tengo una familia como las que tú bendices, de mujer y hombre, unidos en legal matrimonio civil. Soy monógamo por convicción, por deseo, porque me nace serlo, pero no tendría ningún complejo ni prejuicio en aceptarme homosexual y tener como pareja un hombre si esa fuera mi naturaleza. En los hechos y en el rol de quehaceres diarios, tu vida y la mía se parecen mucho. Doy los buenos días a todo mundo, pido por favor y doy las gracias. Sí mi amigo, soy agradecido y por si fuera poco ya ni siquiera salgo de noche. Ya no cierro los bares ni hago tantos excesos, diría Sabina. Casi siempre me duermo temprano y suelo llevar la fiesta en paz. En los hechos no tienes mucho de qué acusarme, pero hay una pequeña cosita que nos separa como un abismo: yo acepto las diferencias y tú no. Es más: hasta te acepto a ti y si te encuentro en la calle te saludo con educación. Aceptar las diferencias significa respetar al que tiene costumbres sexuales que contrastan con las tuyas pero también (aunque a veces me cueste mucho trabajo) convivir con quien trata de imponernos a chaleco el modelo de vida inspirado por un amigo imaginario y por un libro retrógrada y asesino escrito hace tres milenios que en el mejor de los casos sirve como fuente para estudiar el mundo antiguo. Admitir la diferencia a mí me implica aceptarte a ti, pero tú en cambio llevas siglos matando y condenando al diferente y mañana vas a salir a marchar porque odias a quien no es como tú exiges. A diferencia de ti y de tu inexistente dios, yo admito que en el terreno de la afectividad, de las relaciones humanas y de la sexualidad hay muchas formas de amar y vivir una vida en plenitud, pero a ti eso no te entra en la cabeza. Tú quieres imponer a chaleco y con la fuerza de la ley el modelo de humanidad en el que crees y no eres capaz de admitir otro. El concepto otredad te aterra. Pequeñas diferencias nos separan mi adorable monoteísta. En los hechos tienes pocas cosas que reprocharme pero hay un detallito por el que con gusto me mandarías chamuscar: yo no creo en tu dios y ya no sólo me conformo con la simple apostasía. Si quieres que sea honesto empieza a colmarme la paciencia. Tú me exiges respeto y cuando empiezo a blasfemar peroras que respete tus sagradas creencias, que no insulte aquello que para ti es divino, pero tú llevas dos milenios esparciendo ignorancia y oscuridad en el planeta. A ti, primorosa ovejita pentecostal, hay dos cosas te definen: la hipocresía y el miedo. Miedoso e hipócrita, Eso eres y has sido siempre. Tú, sobre todas las cosas, eres un hipócrita, un doble cara. Te encanta hablar de amor cuando sientes un odio profundo, enfermizo, pero sobre todas las cosas tienes miedo, muchísimo miedo. Tienes pavor y lo sabes. Pavor a tu cuerpo, pavor a tus deseos, pavor a tus masturbaciones culpables. Pavor y culpabilidad de saber que mandas a tus hijos a escuelas de curas pederastas y degenerados. Pavor a que la sociedad se entere que tus hijas van a abortar a clínicas texanas; pavor a tener un hijo gay o aceptarte tú mismo como tal; pavor a que se hagan públicas tus infidelidades matrimoniales; pavor a tu naturaleza. Hipócrita, eso es lo que eres. Cómplice en tu silencio frente a los niños violados por Maciel y sus legionarios; cómplice por los millones de muertos de sida en África, inmolados en nombre de los condones prohibidos por tu genocida papa polaco. Cómplice de los negocios fraudulentos de tu madrecita Teresa (¡estás tan feliz de que la canonicen!). Admítelo carajo, admítelo por una puta vez en tu vida. Esa basura es la que vas a defender mañana que marches. Yo no me ando con hipocresías ni dobles caras: yo rechazo a tu iglesia, rechazo a tu dios, pero te admito a ti y admito tu marcha porque sobre todas las cosas creo en una sociedad libre y tolerante, pero si quieres un consejo te lo voy a compartir: mata a tu dios, comete deicidio. Yo lo maté desde los 16 años y no he vuelto a caer en esa mala droga. Me dijeron que era rebeldía adolescente, pero sucede que conforme pasan los años no solo me convenzo más de mi ateísmo, sino que cada vez veo con mayor claridad el daño que el dios monoteísta (sea jehová, cristo o alá) le hace a la humanidad. Mata a tu dios, déjalo bien muerto y si por casualidad se le ocurre resucitar al tercer día, vuélvelo a enterrar. Tienes miedo ovejita cristiana, mucho miedo, porque sabes que al final la ciencia te va a ganar la batalla, que los hombres acabaremos haciendo las cosas que hoy le atribuyes a tu dios y la historia te juzgará y te recordará con profunda lástima como el retrógrada oscurantista que eres. Tienes miedo porque sabes que la luz de la razón mata la perorata de tu amo imaginario. Huelo tu pavor corderito, porque tu miedo empieza al momento de aceptar tu propia naturaleza. Duerme bien corderito, que yo ya he terminado. La paz de la razón esté contigo. Démonos fraternalmente la paz. DSB