Encarnado en mi papel de Hamlet hablé con un cráneo cuya circunferencia cabía en la palma de mi mano. Fui un profanador de tumbas tropicales, un pepenador de huesos bajo platanares, algo podrido en Dinamarca entre pajarería bullanguera y coatíes. Dialogué con mi calavera y pronto tuve plena conciencia de estar hablando con un niño. (más ardiente que el sol, más oscuro que la media noche).
La idea de una metrópoli elevada cuyos habitantes no pisen nunca el suelo, irrumpe como calmante o exorcismo en medio de la atmósfera pesadillesca. El mal y la podredumbre –lo tiene cada vez más claro- yacen en el suelo. Sólo en las alturas se puede aspirar a la pureza.
Thursday, September 01, 2016
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