Durante un hostil anochecer del verano 2007 - inmerso en el fragor de una estéril batalla reporteril- llegué a la redacción de Frontera y al vuelo arrojé un párrafo que zumbaba como abejorro alrededor de mi cabeza: “La mañana lluviosa de abril en que Salomón Saja asesinó de cuatro balazos al Gato Barba, tú estabas celebrando tu cumpleaños número catorce recién expulsado de la secundaria y ni en tu peor pesadilla intuías que ibas a dedicarte al periodismo”. Eso fue el comienzo de todo.
Aunque la novela anda pateando calles por todo México desde el pasado 13 de mayo, será mañana 7 de septiembre cuando por vez primera sea presentada. La cita es la sala Federico Campbell del Cecut a las siete de la tarde. En la mesa me acompañarán mis amigos Jaime Cháidez Bonilla, Hilario Peña y Joel Flores, y ustedes saben bien que el ritual es hacer de este encuentro el equivalente al círculo alrededor de una fogata en donde todos se involucran en la historia. Si fueron a Megadeth ¿por qué no ir a Vientos de Santa Ana? Quienes alguna vez me han acompañado saben que yo hago lo posible porque los aquelarres librescos tengan la intensidad de una tocada metalera. Los espero. (En la imagen la galería de algunas de las portadas que pudieron ser y no fueron. Creo que al final elegimos la mejor)
En aquel verano había trazado ya los nombres de Alfio Wolf y Salomón Saja e intuía que aquello podía ser una novela. Después decidí invitar a Amber Aravena, personaje nacido unos años antes con su propia historia. Con no pocos relatos el título es lo último que decido, pero en este atípico caso siempre tuve claro que sin importar lo que brotara de aquella ráfaga de furia inspirada, se llamaría Vientos de Santa Ana. El embrión llegó a medio centenar de páginas y después se atascó en vía muerta. Es algo que ocurre todo el tiempo. Mis libretas y mis antiguas computadoras están infestadas de historias interrumpidas e inacabadas. A veces retornaba pero cuando el Tigre Blanco vio la luz en 2012, pensé que Vientos perdía su identidad. El manuscrito entró en un larguísimo invierno, pero sucede a veces que algunas historias se transforman en tercos cheneques capaces de colarse a tus sueños y jalarte las patas de madrugada. Vientos no me dejó en paz y entre diciembre de 2014 y enero de 2015 decidí desenterrar el manuscrito. Me costó horrores recuperar el tono, la atmósfera y el humor de la novela. Hice lo posible por volver a ponerme en los zapatos de un reportero encabronado con el mundo, cerrar el puño y enseñar los dientes. Cuando el manuscrito estuvo terminado decidí ponerle pastas rojas al engargolado y en honor a Federico Campbell firmarlo con el seudónimo de F. Jordán Transpeninsular. Contra todos los pronósticos (empezando por los míos) el barco de papel llegó a un puerto inesperado. Alcanzar la final del certamen Mauricio Achar-Random House fue la mayor sorpresa que me he llevado (y mira que los últimos dos años no han estado exentos de llamadas sorpresivas). Aún en la cocina editorial Vientos de Santa Ana tuvo varias posibles portadas y un largo proceso de revisión. Ya con su tigre amarillo y su superficie roja Vientos de Santa Ana salió la calle el 13 de mayo de 2016
Tuesday, September 06, 2016
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