Nuestras duermevelas son territorio de dos o tres sueños tercos y aferrados que cada cierto tiempo retornan a visitarnos con mínimas variaciones en el disfraz. En mi caso el huésped onírico recurrente son los cetáceos. Torsos, colas y aletas emergiendo de oceánicos abismos pueblan mis madrugadas. Ello ha dado como resultado que mis reales (y no poco frecuentes) avistamientos de delfines en este Pacífico tan rejego se confundan a menudo con las visitaciones de Morfeo. Quizá por ello la lectura de este alucinante Tiempo de Ballenas (que por cierto he estado leyendo de madrugada) se ha diluido con las bestias marinas que pueblan mi subconsciente. Desde muy chico me subí al Pequod con Ahab e Ismael, pero confieso que jamás imaginé que a una ballena se le pudiera extraer tantísimo aceite literario como el que Jorge Ruiz-Duenas derrocha en este libro. ¿Un ensayo poético sobre los cetáceos? Sí, y vaya ensayo. Aquí hay zoología, lírica, mitología, bestiario medieval y testimonio de ese navegante de mil y un mares y libros que ha sido Jorge. La herencia del Reino de las Islas no se agota. Del Leviatán hebreo al Behemot egipcio pasando por el vientre del Gran Pez que tragó a Jonás para llegar a Moby Dick y a la bestia que albergó a Pinocho y sus mentiras, la ballena es huésped recurrente de nuestra mitología. Plinio El Viejo e Isidoro de Sevilla hablaron de dragones de los mares y Simbad supo de islotes capaces de cobrar vida al calor de una fogata marinera; hoy nosotros vamos a la caza del mejor selfie en laguna Ojo de Liebre. En estas páginas tan bellamente ilustradas viajamos de los helados mares de Noruega e Islandia a los archipiélagos nipones. De la lectura del Génesis arribamos a los manifiestos de Green Peace haciendo esquina en los parlamentos de Melville en Mazatlán de Quirarte y Los trabajos de la ballena de Eraclio Zepeda. Y así, como no queriendo la cosa, la ballena se coló a banderas y escudos de armas y hoy es símbolo de Baja California y el País Vasco (y Euskadi y nuestra península tienen no poco significado en mi camino de vida) La omnipresencia del cetáceo no está en duda pero Jorge se ha encargado de transformarla en pura orfebrería de pulcrísimo prosista. Hoy no tengo duda: Las últimas noches del verano serán Tiempo de Ballenas.
Sunday, August 28, 2016
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