Vientos de Santa Ana es una novela cuyos primeros capítulos escribí en mis años reporteriles, un exabrupto literario que durante mucho tiempo fue solo un cimiento amorfo de cincuenta páginas, un embrión anfibio que no se decidía a madurar. Durante años quedó en calidad de pedacería para la biblioteca Bartleby hasta que en 2015 decidí tomar el tigre por la cola y darle una estructura. Lo más complicado de Vientos de Santa Ana fue tratar de reencontrar el tono con el que comencé. No me fue fácil retomar la rabia de antaño.
Acaso Vientos de Santa Ana pueda ser leída como una anti-novela de periodistas. En no pocos thrillers a los que estamos ya bastante acostumbrados, el héroe es el valiente y quijotesco reportero cuyo único escudo para enfrentar a un poder corrupto es su compromiso y su pasión por la verdad. En las páginas de Vientos de Santa Ana, en cambio, yace la condición cruda y sin romanticismos del quehacer reporteril. El reportero hastiado de la vida, jodido, mal pagado que debe redundar una y otra vez en notas patéticas para engordar un pretexto que ya nadie lee. Un soldadito raso de la información cuyo primer bloque de censura y amenaza está en las oficinas administrativas de su periódico. Los personajes de Vientos de Santa Ana, lo admito, no son muy románticos que digamos.
Thursday, May 12, 2016
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