Eterno Retorno

Thursday, March 24, 2016

Fue en el Año del Tigre cuando el verano se pintó de Naranja. Yo tenía dos meses de nacido y mientras aprendía la regia esencia de no conocer sombra sino resolana, la tele relataba el épico poema de una orquesta futbolística todo terreno dirigida por un larguirucho 14 capaz de inspirarse y reinterpretar el sentido del juego entre el humo de los cigarros que fumaba al medio tiempo. Johan Cruyff demostró, no sin cierto desgano, que la divinidad existe sobre una cancha. El primer gran futurista del futbol, un crack con ojos y cerebro de director técnico. Si destapamos la válvula del subconsciente, entre mis primarios recuerdos debe yacer alguna crónica del mundial de la Naranja Mecánica, el torneo del futbol total. Ignoro si Freud me diría que aun en mi feliz inconsciencia de lactante yo era capaz de absorber como esponja el entorno de aquel Año del Tigre. Exactamente seis días después del triunfo panzer germano de Bekenbauer sobre la magia anaranjada de Cruyff, el sábado 13 de julio de 1974, Tigres de la UANL debutó en la primera división. Esta mañana, de pura nostalgia penumbrosa he estado leyendo el libro de Johan, “Mis futbolistas y yo”. Vaya claridad de conceptos. Cruyff define a un crack por sus cualidades técnicas, pero también por la fortaleza mental, el liderazgo y la capacidad de leer el juego. No vayamos tan lejos: la historia del futbol se divide en AC y DC. Antes de Cruyff y después de Cruyff. Él es el inventor del futbol moderno, tanto en táctica y sistema, como en modelo de organización y negocio. Al igual que el Gabo, fue a morirse en Jueves Santo. Grande por siempre 14. Gracias por la genialidad.