Hoy me parece difícil creerlo pero hubo un tiempo en que escribir fue esencialmente un acto onanista. A mano escribía páginas y páginas que no pretendía publicar y ni siquiera enseñarle a alguien. Tomaba la pluma y desparramaba intentos de cuentos o novelas consciente de ser la única persona en el mundo que las leería. Ni siquiera sentía la necesidad de mostrar o compartir lo hecho y ni por la cabeza me pasaba la posibilidad de publicarlo algún día. Escribía con el único fin de procurarme un inmediato placer al imaginar las historias que deseaba vivir. Eran historias que cargaban idénticas dosis de cachondería, pendejez, energía e inocencia. Eran justamente las historias que deseaba vivir a los trece o catorce años, lo que derivaba en un ridículo romanticismo porno, un XXX bañado por una insoportable cursilería. Más allá de los anhelos y fantasías que infestaban mi cabeza adolescente, lo trascendente de aquellos textos era su absoluta falta de ambición a posteriori. A estas alturas creo que dentro de su vergonzante inmadurez, aquello fue lo más honesto que hice en mi vida. Dentro de su cursilería calentona, fue algo absolutamente carente de pretensiones pues ni siquiera concebía como alternativa el que esos escritos llegaran a algún día a algo.
Monday, February 01, 2016
<< Home