Mientras al vuelo intento cazar las palabras adecuadas para abrir este prólogo, una imagen irrumpe y se multiplica en las redes sociales: un Cerro de la Silla coronado por el tenue blanco de una improbable nevada se ha apoderado de la pantalla. En la agonía de este enero todos los contactos regios comparten la estampa con la certidumbre de haber fotografiado algo irrepetible. Más que una corona aquello parece un velo cubriendo un rostro o acaso un mágico espolvoreo sobre un cuerpo.
La nieve sobre el Cerro de la Silla me recuerda que Monterrey tiene mil y un rostros para mostrar. Aquella frase de “si no le gusta el clima vuelva en 15 minutos”, va más allá de un meme y refleja una bipolar esencia no limitada al termómetro. Monterrey es una mujer poseedora de un closet infinito en donde caben todos los vestidos y actitudes posibles. La postal regia por excelencia -el Cerro de la Silla contemplado desde el Obispado- suele tener a la mano una paleta de colores para lucir un maquillaje distinto cada día.
Pero si aún las montañas que Diego de Montemayor contempló en 1596 tienen vocación mutante, imaginemos por un momento la galería de absurdos e improbabilidades que podemos encontrar en los recovecos yacientes en las faldas de esa imponente orografía.
A Monterrey le da por jugarle bromas pesadas a quien intenta definirla y encasillarla en frasquito del cliché. Pocas ciudades tienen una primera impresión tan mentirosa. La única certidumbre es descreer de quien afirme conocerla a la perfección.
Bajo el estereotipo del esforzado y rudo emprendedor que sacraliza el ahorro y la competencia, yacen bestias interiores que cada cierto tiempo salen a la superficie. Monterrey es una ciudad a la que la gusta travestirse.
Friday, January 29, 2016
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