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Antes de la luz y la vigilancia llegaron las licorerías de ventana siempre abierta y las tienditas de droga. Llegaron las iglesias evangélicas con sus promesas de redención y llegaron las peroratas de algunos candidatos que nunca más volvieron a ensuciarse las suelas en el lodo. Llegaron las pandillas y llegó el grafiti, los tiradores de curas de cristal y heroína y los infaltables teporochitos de esquina. Llegaron las peleas, la justicia por mano propia, la ley del ojo por ojo y la sangre como ritual de vida diaria.