Carcomida por un cáncer voraz, una vieja fichera agoniza en el camastro de una clínica del Seguro Social en Coahuila mientras su hijo, Julián Herbert –guardián y sepulturero- escribe al pie del lecho mortuorio.
Un estudiante esquizofrénico salta al vacío desde el sexto piso de un edificio neoyorquino y a su madre, Piedad Bonett, no le queda más remedio que narrar su descenso al dinfierno con una prosa carente de lamentos y vestigios de autocompasivos.
El cerebro de un filósofo llamado José María Pérez Gay se va sumergiendo sin remedio en la límbica región de una enfermedad neurodegenerativa mientras su hermano, Rafael, quien empuja la silla de ruedas, describe con lujo de detalles su caída.
Una joven escritora llamada Aura Estrada encuentra una ola fatal en el Pacífico y su esposo y colega de oficio, Francisco Goldman, culpado de su muerte por omisión, da a luz una obra de más de 500 páginas en donde escribe la historia de su pasión y duelo.
Delphine de Vigan, escritora francesa, encuentra el cuerpo de su bipolar madre pintado de azul, rayando en la descomposición y el resultado es una constelación sobre un mórbido sistema familiar que incluye tres suicidios.
En todas las historias la muerte está ahí (blanca, en la silla, con su rostro, diría Revueltas). Llega lenta y reptante tras una agonía de pesadilla o irrumpe sin decir “agua va” en un destello. Como deudo queda un narrador a quien por herencia le han dejado una irreprimible necesidad de escribir la historia de su pérdida y su duelo.
Narrativa exhibicionista, acusan algunos. Eso es lucrar con el dolor ajeno y transformar en teatro un calvario familiar que debe ser reservado para la intimidad, dicen los críticos que nunca faltan. Acaso ignoren que en la escritura no siempre se manda y que la narrativa funge a menudo como analgésico o conjuro. Esas historias no se escriben como resultado de una racional decisión cotejada con la familia, sino como una necesidad impostergable, un exabrupto lacerante que no pocas veces acarrea serios conflictos con la parentela. Tal vez sea exagerado afirmar que son libros surgidos aún contra la racional voluntad del narrador. Se escribe porque realmente no queda otra alternativa. Es quizá una de las más descarnadas expresiones de la narrativa-exorcismo.
Tuesday, February 02, 2016
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