La derrota es un trago amargo que se toma de hidalgo. Un trago derecho y sin limón. Venga ese agrio aguardiente, sin hacer muecas de asco y sin lamentaciones. Pero claro, hay derrotas mitológicas a lo Juan Escutia, a lo 300 de Esparta, a lo 40-1 de Polonia (Sabaton dixit): te mueres envuelto en la bandera y te mueres causándole bajas al rival. No fue el caso. Lo más cagante del Azteca en diciembre y de este 5 de agosto, es que 20 minutos antes del final, lo único que deseaba era que el partido se acabara a la chingada. El juego se entregó muy pronto y huele a suicidio y a suicidio pendejo, no a suicidio digno. Digo, hay poesía en la derrota con la navaja en los labios, en tiempo extra o penales, con balones al poste. Hay subcampeones que apestan a gloria, pero este no pertenece a semejante estirpe. Me sabe a subcampeonato inocente, frío, sin locura. Venga, me embriago de derrota, y sin embargo caen mejor las derrotas dignas. Pero ¿saben qué? Hay un detalle: Tengo un Tigre tatuado en el alma y ese ya no se borra. No se va a borrar nunca. Ni modo, ¿qué chingados le voy a hacer? Venga otra raya más, venga otra cicatriz para marcar el absurdo favorito de mi vida. Nací en el Año del Tigre. Estoy condenado de origen.
PD- Mis lecturas esta noche
-Diez posibles razones para la tristeza del pensamiento. George Steiner
La soledad de los moribundos. Norbert Elias
Breviario de podredumbre- Cioran
La oscuridad no miente- Bataille
Se acepta Schopenhauer, Céline Vallejo y mucho, muchísimo whisky malo.
Wednesday, August 05, 2015
<< Home