Bajo un cielo tan rojo
En el reino de la ultraviolencia no hay marcas fugaces ni tatuajes temporales. Existe una cartografía trazada con huellas y cicatrices que van conformando el mapa de un cuerpo, de una familia o de una sociedad entera. En cada duelo, en cada destino torcido y en cada esperanza rota yace una narrativa silenciosa. Dentro de los mil y un libros que intentan describir, explicar o acaso exorcizar el baño de sangre en el que México yace inmerso desde hace más de una década, pocos han sido capaces de desentrañar esa callada narrativa como lo hace Rojo semidesierto, escrito por el zacatecano-tijuanense Joel Flores. Más allá del gore barroco y la búsqueda eterna de inverosímiles conspiraciones que abarrotan las mesas de narco novedades en las librerías de aeropuerto, queda el a menudo invisible tejido de esas almas rotas condenadas a enfrentar en silencio a sus demonios en interminables noches de insomnio. Ese es el tejido que conforma la narrativa de Joel, un escritor que prescindiendo de todo vestigio de morbo o tremendismo, es capaz de reflejar en cada página la omnipresencia del horror, como un fantasma siempre al acecho que todo lo impregna. En su arquitectura narrativa Joel apuesta a la sobriedad y la pulcritud. No hay en su prosa arrebatos ni desboques y sí en cambio una precisión casi matemática. Apuesta al párrafo corto y el punto y seguido es fiel compañero de viaje escritural. Su esencia es puramente apolínea. Rojo semidesierto, obra con la que ganó el Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz en 2012, se conforma por catorce cuentos aunque puede leerse también como una novela en viñetas. Hay vasos comunicantes entre esas historias aparentemente inconexas en donde todos los personajes acaban hermanados por la huella de la violencia en sus vidas. En la manera de titular sus relatos (o acaso deba llamarlos capítulos) se refleja esa vocación por lo coral: Los que lloran, Los que regresan, Los que apestan, Los que sobreviven. La pluralidad de sus catorce estampas encarna en un mismo cuerpo lacerado y vejado a perpetuidad por el horror. El amigo de juventud que retorna de la prisión, la prima que conjura el cáncer en el delirio místico, los adolescentes que sellan la eternidad de su amistad en los trancazos, los sicarios que aguardan pacientes a la víctima en una esquina, todos ellos bajo la sombra omnipresente de La Compañía, que al igual que el horror en el conradiano Corazón de las tinieblas, está siempre ahí aunque no se le nombre. La historia particular de Rojo semidesierto podría perfectamente inscribirse en ese anecdotario colateral al origen de las grandes obras. Cuando recibió la llamada en donde se le notificaba que un jurado integrado por Beatriz Espejo, Alberto Chimal y Eraclio Zepeda declaraba a Rojo semidesierto ganador del Sor Juana Inés de la Cruz, Joel fue el más sorprendido, pues ni siquiera tenía idea de que su libro estaba compitiendo. Fue su pareja, Flor Cervantes, quien en secreto inscribió la obra al certamen. Poco después siguió el Premio Juan Rulfo para Primera Novela 2014 por Nunca más su nombre. Hay una suerte de detector o sexto sentido que permite ubicar a aquellos escritores que están en plena ebullición, con el termómetro de la creatividad marcando fuego. Se nota a leguas que Joel es un escritor que está trabajando muy duro, un relojero disciplinado quien consagra no pocas horas diarias a su vocación. Intuyo que Rojo semidesierto y Nunca más su nombre es solo el principio de un camino de vida.