La gran resaca de la Ilustración
No encontré la islamofobia por ninguna parte en Sumisión, la cacareada, discutida y anatemizada novela de Michel Houellebecq, el libro que irá irremediablemente asociado por siempre al atentado contra la revista Charlie Hebdo en París. Siendo Houellebecq un personaje tan odiado por el islamismo radical, alguien que no haya leído la novela bien puede imaginársela como la narración de un escenario apocalíptico de terrorismo talibán, con lapidaciones de mujeres adúlteras en la Plaza de la Concordia y hogueras de libros heréticos en la Sorbona. Tal vez se sientan decepcionados por no encontrar la esperada blasfemia, pero la realidad es que los adoradores de Alá no son los villanos en Sumisión. Aquí los ridiculizados son los políticos e intelectuales franceses en su egolatría e incapacidad para ofrecer soluciones ante el derrumbe económico y social del país. Malparados quedan Marine Le Pen del Frente Nacional, Francois Hollande y la fragmentada izquierda francesa, que acaba en plan colaboracionista con los musulmanes. La irrupción pacífica y por la vía democrática de un gobierno islámico moderado encabezado por un personaje de nombre Ben Abbes, es reflejada como una consecuencia natural de la parálisis e incompetencia de los gobiernos laicos. El muy houellebecquiano personaje de Sumisión es un académico especializado en la obra del escritor Joris-Karl Huysmans, un sui generis místico simbolista del tardío Siglo XIX promotor de un radical pesimismo a lo Schopenhauer que en los últimos y muy dolorosos años de su vida buscó refugio en la Iglesia Católica. Tal como dicta la marca Houellebecq, este profesor es un incurable solitario incapaz de establecer relaciones afectivas, un crepuscular intelectual aficionado a las prostitutas de lujo que se siente irremediablemente extraño en el mundo. Un personaje que al igual que Huysmans, acaba yendo a buscar refugio, respuestas y consuelo en un monasterio católico. Los hechos ocurren en la Francia del año 2022 cuando una elección presidencial enfrenta en segunda vuelta al Frente Nacional de Marine Le Pen y a un emergente partido llamado Hermandad Musulmana liderado por Ben Abbes, que acapara una quinta parte de las simpatías del electorado y logra sumar el apoyo de los decepcionados socialistas. Lo increíble es que la irrupción del gobierno islámico no es traumática ni genera mayores resistencias en el país de la libertad y la igualdad. Agotados o embotados, los hijos de Voltaire acaban admitiendo con cierta aburrida indiferencia que la nueva autoridad musulmana tome control de la educación y despida con excelentes liquidaciones a todos los profesores que no acepten convertirse a la religión del Corán. Las minifaldas dejan de verse por las calles de París y las mujeres poco a poco van siendo confinadas al hogar, pero fuera de ello todo parece marchar sobre ruedas con el nuevo gobierno. Las multimillonarias monarquías petroleras del Golfo Pérsico ofrecen derrochadores subsidios a la nueva educación universitaria musulmana mientras el gabinete de Ben Abbes se concentra en otorgar apoyos y alternativas frente al desempleo y en impulsar la economía familiar. La novela de Houellebecq puede ser leída como una gran sátira pero también como una advertencia. Después de todo, el escenario que plantea tampoco es descabellado ni imposible. Sumisión, al igual que Las partículas elementales o La posibilidad de una isla, parece narrar el naufragio o la gran resaca del Siglo de las Luces. Tras embriagarte de tu libertad y tu tolerancia te queda como botín una cruda monumental y una absoluta incapacidad de hacer frente al futuro. Al igual que los personajes de La montaña mágica de Thomas Mann o el Harry Haller de Hesse, los houellebecquianos son los nuevos ángeles caídos del gran paraíso racional, los hormonales fatalistas nacidos o abortados por el delirio narcisista de una sociedad que buscó su cielo en el individualismo. Cuando la razón y la libertad naufragan, siempre quedará la religión como el analgésico más potente, la más deseada de las drogas.