Eterno Retorno

Friday, July 31, 2015

En la cima del cerrito de libros que me acompaña en ese valle del caos llamado carro, se ubica Extrañando a Kissinger del israelí Etgar Keret y uno de los Lados B de Nitro Press, entre otros tantos ejemplares. Cuando debo hacer cualquier tiempo de espera en el vehículo (ir a recoger a Iker a la escuela, por ejemplo) suelo leer un cuento. Los de Keret son ideales, pues en menos de diez minutos te chutas un par. En el buró acostumbro también tener relatos cortos (Ficciones de Borges es omnipresente y a menudo tengo algún compilado estilo Libro de la imaginación) pues acaso arrastro aún ese vicio infantil de no poderme ir a dormir sin un cuento. Para no ir más lejos, la primera vez que tuve contacto con Cortázar, Revueltas, Arreola y José Agustín, fue en la antología El cuento hispanoamericano de Seymour Menton que mi madre tenía en casa. En los últimos días he estado leyendo en desorden los relatos de Kentucky Club de Benjamín Alire y el noir gringo de Akashic compilado por Océano. Ni modo, soy cuentero, ¿qué chingados le vamos a hacer si ya nací así? Me pasa la lectura Blitzkrieg. Por supuesto que no le hago ascos a la novela regordeta (justo anoche comencé Skagboys de Welsh) pero la vibra en las carreras de largo aliento es muy distinta. Para compañeros de viaje nada mejor que los paquetitos de relatos. Sin embargo, tengo entendido que el cuento es casi tan mal vendedor de libros como el ensayo y la poesía y por ello las editoriales lo tratan como a un leproso. Cosa rara, pues entiendo que Keret (amado por los hipsters y los morritos) es el autor que mejores dividendos deja a Sexto Piso. Yo me pregunto ¿de verdad es tan novelera la raza? ¿A poco se la pasan leyendo Guerra y Paz, Terra nostra o El hombre sin atributos? ¿Cuántos lectores reales ha tenido La broma infinita de Wallace? Vaya contradicción, pues desde hace años escucho a mil y un funebreros perorar la muerte de la novela, pero sucede que las editoriales no aceptan otra pinche cosa. También sería bueno ponernos a revisar con Harold Bloom y sus discípulos cuál es el verdadero canon del cuento. ¿De verdad podemos llamar novela a las creaciones de César Aira? Yo tengo relatos de 20 mil palabras a los que he inscrito con buena fortuna en certámenes de cuento, pero a la hora de promoverlos he cometido el grave error de marketing de no llamarlos novela corta. Ya en serio: ¿Alguna editorial podría compartir las aplastantes cifras de ventas con que la novela supuestamente sepulta al cuento? ¿No será una idea preconcebida? ¿En qué se basa ese comportamiento del de por sí atípico consumidor de lectura? Admito que poquísima gente compra un libro de poesía, pero no sé si haya un lector que diga “yo solo leo novelas pero ni por casualidad toco los cuentos”. En fin, muchas más dudas que certezas raza.