El festín de Pandora
Una de las mayores contradicciones de nuestra de por sí contradictoria época, yace en nuestra ambivalente relación con la comida. Tal vez la Roma imperial o la Francia de los luises tengan algo que decir al respecto, pero creo que nunca como ahora se había llegado a semejante nivel de endiosamiento de lo gastronómico. En el Siglo XXI los chefs son los nuevos popstars, mientras los shows de alta cocina inundan la red y le ganan la audiencia a las series dramáticas o a las comedias románticas. Hoy, lo tope de lo tope y lo trendy de lo trendy es comer sofisticado. Si al universo hipster le quitas sus restaurantes y sus food trucks les quedaría poquísimo o nada para presumir. Quizá lo más cruel y paradójico del asunto (después, obviamente, del hambre en el mundo) es que en una sociedad que ha hecho de la gastronomía su becerro de oro, el gordo sea el nuevo paria, el escalafón más bajo y humillante de una despiadada pirámide. El gordo es también un exiliado del arte y la literatura como fuente de inspiración. Parece ser que la patente la tiene en exclusiva Fernando Botero y que fuera del artista colombiano, nadie se ha atrevido a transformar a la gorda en su personaje principal. Por fortuna existe Liliana Blum y su fantástica Pandora, un personaje revolucionario en el sentido más radical de la expresión. En nuestra era el non plus ultra de lo subversivo no es un encapuchado anarcoterrorista antiglobalización, sino una mujer gorda que no parece tener complejos y admite como algo natural su pasión por la comida. Encontré a Pandora en una librería de Culiacán y se convirtió en la compañera de viaje ideal, pues casi concluyo su lectura en el avión que me trajo de regreso a Tijuana. Los personajes de Liliana Blum son los verdaderos abanderados de la rebelión contra el espíritu de la época, porque si ya de por sí es desafiante encontrar una mujer gorda que no está en guerra con su anatomía, más revolucionario aún es encontrar a un hombre que ha hecho de esa gorda su objeto del deseo. Pandora parece resignada a asumirse como la negación de cualquier vestigio erótico, pero en contraparte tenemos a Gerardo, el exitoso y guapo ginecólogo, perfecto modelo de portada de GQ, cuya libido encarna en las carnes anchas. A su alrededor tenemos una galería de mujeres que podrían ser sacerdotisas en el culto a la diosa anorexia. La madre de Pandora, con su cintura de avispa asesina y sus vastos desayunos de jugo de apio y pepino, es fría y pérfida como solo puede serlo una madrastra de Cenicienta y Blancanieves. Qué decir de la hermana mayor, la exitosísima "Barbie" que no conforme con su belleza, encuentra su fuente de placer en torturar a la gordita de la casa; o de Abril, la anoréxica esposa modelo inmolada en el altar de sacrificios de la figura perfecta, una mujer aferrada a transformarse en hueso sin darse cuenta que su marido delira con las tallas extragrandes. He agotado la tinta de mi pluma de tanto subrayar frases matadoras que podrían ser el epitafio perfecto en la tumba de esta contradictoria era. “La relación comida-mujeres es complicada. Los hombres suelen comer para saciarse y listo. Las mujeres suelen preparar la comida, la rechazan, la desean, la odian, la engullen, la vomitan la añoran”. En Liliana Blum hay humor negro, ironía, desparpajo y también una elevada carga erótica, una dulce mentada de madre a bodrios como Sombras de Gray o porquerías semejantes. Pandora es una novela irreverente porque al igual que sus personajes, se atreve a ser diferente y a desafiar a los trending topic. Y sí, es una novela romántica, erótica, con trama e inesperados giros, pero es de pésimo gusto que un reseñista ande por la vida dando pistas sobre el final de un libro que en verdad vale la pena leer.