My lifestyle determines my deathstyle, dice Metallica. Yo creo más bien que tu estilo de muerte determina tu posteridad. Sí, hay quienes se inmortalizaron en su manera de morir. La libre asociación no nos remite a Aleksandr Pushkin como el padrino de las letras rusas decimonónicas, sino como al osado caballero caído en un duelo de los de antes. Si la imagen de Kafka es una cucaracha, la de Nabokov una mariposa y la de Melville una ballena blanca, la de Pushkin son dos antiguas pistolas cargadas. Las portadas de sus libros no dejan mentir. En enero de 1837 Pushkin retó a duelo al oficial francés Georges d Anthés por cortejar descaradamente a su esposa, la guapísima Natalia Goncharova. Ambos se hirieron pero Pushkin sacó la peor parte. Natalia, por cierto, es rescatada por Milorad Pavic en el policial onírico Pieza única (era una bomba sexual según el serbio). Pushkin conoció y apadrinó a un joven Gógol, pero no alcanzó a tener idea de Dostoievski. Ni siquiera la cuarta parte de la obra de Pushkin está traducida al español y a menudo lo único que se encuentra es Eugenio Onieguin o La hija del capitán. Por cierto, entre mis objetos del deseo literario hay una Metamorfosis ilustrada de Kafka traducida por César Aira (vaya estuche de monerías: hasta traductor de alemán nos salió el canijo) También el primer volumen de la saga Knausgard, La muerte del padre y ya si se inventaran los días de 36 horas, hasta le andaba entrando Nesbo y su gruesísimo leopardo. Siempre habrá más libros que tiempo de vida.
Monday, February 23, 2015
<< Home