Mi primer trabajo de egresada fue como reportera en el diario local de Ensenada. Mi destino fue coherente con la errática carrera universitaria que elegí. Los periódicos son resumideros de almas errabundas y personajes un tanto quijotescos e ilusos que han rodado de acá para allá, que han intentado ser de toddo y al final caen a ese purgatorio del sueldo magro e ilusiones perdidas. En cualquier caso debo admitir que no me fue tan mal ni fui una minera del periodismo picando piedra estéril en los sótanos reporteriles. Siendo una mujer de cierto nivel cultural y “buena familia” ensenadense (mi padre es buen amigo del dueño del periódico) me evitaron la pena de sufrir en coberturas mártires y me canalizaron al mundo sosegado de la sección a la que llamaban cultural, por llamar de alguna forma a un amasijo de notitas amables en torno a eventos en los que siempre se descorchaba un vino de medio pelo y se posaba con sonrisas para mi cámara. Cubría actos filantrópicos como los que solía encabezar mi madre; exposiciones, subastas y ventas diversas a favor de alguna buena causa. Cubrí también lecturas de poesía en donde señoronas que publicaban versitos con faltas de ortografía, se leían unas a otras sus adjetivales estrofas rimbombantes. Nunca pude encontrar a una Sylvia Plath o una Alejandra Pizarnik ensenadense, pero sí a un montón de doñas amigas de mi madre quienes me animaban a publicar de una vez por todas “mis poesías”. Me acompañaba en esas correrías un fotógrafo prófugo de la sección policiaca quien en realidad era un poeta de closet. El premio a mi responsabilidad y a la pulcritud de mis textos, fue la primera gran cobertura periodística que me fue asignada en mi vida, la cumbre de líderes de Asia Pacífico en Los Cabos, Baja California Sur, a donde me acompañó el errático Guillermo Demián a quien en medio de unos vodkas llegué a pensar en hacerle una propuesta indecorosa de la que tuve a bien abstenerme.
Thursday, January 15, 2015
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