Eterno Retorno

Saturday, January 10, 2015

Para darles un ejemplo de lo que entiendo por respeto absoluto a la libertad de expresión y tolerancia, les voy a hablar de mi relación con el movimiento alterado y los narcocorridos. Nunca me he cansado de expresar la repugnancia y el asco que me genera esa subcultura. Alguien que disfruta o se identifica con las canciones del movimiento alterado es alguien que tiene la cabeza infestada de mierda. En el país de los miles de muertos y desaparecidos del narco, una alabanza a sus verdugos y un elogio a su prepotencia es casi equivalente a que hicieras apología del nazismo en la Polonia de 1944. Aun así, pese al asco que me inspira, cuando me preguntan si estoy a favor de la prohibición de los narcocorridos mi respuesta es no. No estoy a favor de ningún tipo de censura a una forma de expresión, por degradante que ésta resulte. Prohibir o coartar es siempre un error. El voltaireano “puedo estar totalmente en contra de lo que piensas, pero defenderé a hasta la muerte el derecho que tienes de expresarlo” lo llevo hasta sus últimas consecuencias. Pasemos ahora al plano religioso. Cerca de mi casa hay una especie de campamento o misión de cristianos evangélicos. A menudo los escucho cantar e incluso una mañana en que trataba de escribir en la biblioteca de Rosarito, fui interrumpido por los gritos y berridos de sus pastores pochos. Cuando camino por la calle a menudo topo con testigos de Jehová que me hablan la inminencia del juicio final y del acecho omnipresente de Satanás. Con horror e impotencia veo a las sectas cristianas expandirse como una epidemia entre las comunidades más pobres de Baja California. Ante mis ojos y mi manera de interpretar el mundo, ellos son una enfermedad, un engendro de la ignorancia más absoluta, el miedo y la falta de expectativas. Cuando escucho perorar a los pastores evangélicos pienso que solo un débil mental o alguien con la vida hecha mierda puede dejarse estafar por un producto tan burdo y barato. Eso es lo que yo pienso. Lo que ellos piensan de mí es que soy un pecador condenado al infierno, un soberbio intelectual que no ha visto la luz de dios y tiene su alma vacía. Eso pensamos uno del otro y nunca vamos a cambiar. Sin embargo, si me preguntaran si estaría a favor de que se les censure o se les agreda mi respuesta es no. No justificaría ni toleraría ninguna forma de violencia o intimidación hacia ellos ni tampoco un límite legal a su libertad de expresarse (salvo en casos en que haya una estafa abierta como sucede con “pare de sufrir”, quienes ofrecen curas milagrosas a enfermedades terminales). Hasta ahora hemos sido capaces de vivir en paz. Nunca he sido agredido físicamente por algún fanático religioso y nunca he agredido a uno…