Eterno Retorno

Monday, July 14, 2014

Como sucede con casi todas las grandes fechas, el 14 de julio es un símbolo, una metáfora pintoresca estilo Delacroix. Hoy celebramos 225 años de la toma de La Bastilla. El populacho tomó la prisión no porque quisiera liberar presos políticos, sino porque deseaban pepenar algo de carbón. En los calabozos del antiguo régimen solo había aquel día siete reos y eran todos pilluelos comunes o teporochitos de los barrios parisinos (su preso más célebre, el Divino Marqués de Sade, había sido trasladado días antes). Aquella noche, después de una jornada de ocio y aburrimiento en su irreal Versalles, Luis XVI se limitó a escribir algo así como “nada interesante”. Las revoluciones, al igual que las frutas, irremediablemente se pudren y se llenan de gusanos. Pese a todo, yo celebro este día. Celebro sobre todo el triunfo de los valores del Siglo de las Luces. Aún con el descrédito acarreado, creo que la búsqueda por conquistar el imperio de la razón y la igualdad ante la ley ha sido una de las tareas más dignas emprendidas por la humanidad. Los franceses no fueron por cierto los primeros en cortarle la cabeza a un rey. Casi 150 años antes, en 1649, Oliver Cromwell le cortó la cabeza a Carlos Estuardo. La Revolución Inglesa sentó las bases de las monarquías parlamentarias, pero “Lord Protector” Cromwell no era un librepensador, sino un mojigato puritano creyente en la predestinación. Los revolucionarios franceses en cambio fueron los primeros librepensadores que tomaron por asalto el poder. Puede que a mi buen Robespierre se haya pasado un poco la mano rebanando cuellos con la guillotina y que la Revolución Francesa (al igual que la mexicana, la rusa, la china) acabara entronizando nuevos déspotas, pero aún así, pienso que en este 2014 nos urgen dosis de Ilustración y Siglo XVIII. Aunque teatral, la austeridad extrema predicada por los partisanos sans culottes (literalmente “sin calzones”) el rechazo a toda forma de lujo, la abolición de los fueros o títulos nobiliarios y el combate a al fanatismo y la superchería religiosa son cosas que extraño mucho en estos tiempos. Cuando veo a una pandilla de sionistas genocidas gobernar Israel (Benjamín Netanyahu es un digno heredero de Hitler); cuando veo al yihadismo islámico ganando terreno en Medio Oriente y África, traduciendo en lapidaciones la ira de Alá; cuando veo a los “new born christians” estadounidenses proclamar orgullosos su “God Bless America” para bendecir masacres e imponer visiones creacionistas en sus escuelas; cuando veo que el catolicismo canoniza a un cómplice de pederastas como Karol Wojtyla; cuando veo que los mexicanos seguimos gobernados por principitos republicanos que compran el poder con vales de Soriana, es cuando reparo en cuánta falta hace el Siglo XVIII en nuestras vidas. Cuántas dosis de Voltaire, Montesquieu y Rousseau necesita un mundo que busca redimirse en dioses y monarcas. Sí, tal vez la Revolución Francesa se pudrió junto con sus cabezas cortadas, pero al menos dejó por herencia la búsqueda de estados laicos donde no hace falta buscar en biblias y coranes lo que la Declaración Universal de los Derechos del Hombre estipula. Libertad, Igualdad y Fraternidad son palabras llenas de sentido en una humanidad empeñada en postrarse ante deidades y tiranos. Un mundo donde existimos algunos librepensadores aferrados a creer que solo una humanidad sin dioses puede aspirar a ser verdaderamente libre.