Eterno Retorno

Tuesday, July 08, 2014

I- Una de las leyendas más machacadas en torno a la derrota de Brasil contra Uruguay en 1950, es que la hecatombe futbolística desató una ola de suicidios, aunque a la fecha no he escuchado todavía un testimonio con nombre y apellido donde se diga: “mi abuelo se llamó Paulo Dos Santos y se disparó un balazo en la cabeza después del silbatazo final del árbitro. En su nota suicida dejó escrito que no podía vivir con el peso de la derrota a cuestas”. ¿Conoce alguien un testimonio así? Yo todavía no leo el primero. Sin embargo la leyenda de los suicidios se repite cada vez que se habla del Maracanazo, como se repiten otras mil y un historias dignas del más alucinante realismo mágico. II- Todo es leyenda y narrativa. Si tú y yo estamos enterados que existió un Maracanazo en 1950 y sabemos que ese viejito calvo llamado Alfredo Di Stefano fue un portento de jugador casi angelical, no fue porque lo hayamos visto, sino porque hay una leyenda que lo mantiene vivo. Un relato y una narrativa anterior a la televisión y al internet se ha encargado de inmortalizarlos. En 1950 se vivía aún en la prehistoria futbolística. El balompié era un juego que apenas había dejado de ser amateur y estaba lejos de ser un fenómeno planetario. No había miles de millones de dólares girando en torno a las piernas de los jugadores ni teníamos a más de cien países siguiendo el rodar de la pelota por televisión y la red. No había redes sociales ni memes, ni caras pintadas en las tribunas, ni palcos VIP. Los relatores de ese mundo arcaico eran los locutores de radio, esos rapsodas que se encargaron de traducir y reinventar un mundo fantástico. Con esos rapsodas bastó para que 64 años después, Brasil siga siendo rehén de aquella maldición. III La leyenda y la rapsodia es lo que alimenta la imagen de Brasil como una cofradía de artistas capaces de hacer poesía con el balón. El tricampeonato de Pelé, Gerson, Tostao y Rivelino dejó tatuados demasiados corazones. Hay historias de un futbol hechicero, de una danza mágica que yo nunca vi. Tal vez su canto de cisne fue Telé Santana. Sin embargo, la leyenda de esa magia sigue condicionando el presente, aunque hace tiempo que Brasil es el non plus ultra del futbol burocrático. IV - Lo que más me impresiona de la hecatombe observada este día es anticipar desde ya su condición de leyenda, el mito que generará muchísimos años después, cuando todos sus actores sean unos ancianos o estén muertos. Hoy vimos algo de lo que se seguirá hablando en medio siglo y de donde surgirán mil y un historias, aunque por su ausencia brillan los rapsodas de la radio. 200 mil personas vieron en vivo el Maracanazo en 1950, pero más de 25 millones de personas en todo el mundo vieron la peor catástrofe de la historia brasileña. A menudo escribo sobre los destinos irrenunciables de tragedia griega. Cuando Atlético de Madrid dejó ir la Champions en tiempo de compensación y a México le marcaron el penal más traumático de nuestra historia, pensé en del destino fatal de los condenados al papel de perdedor. En cambio lo que vimos hoy fue un destino torcido, un rompimiento de guión, un quiebre desde entrañas, un acontecimiento que en la historia del futbol es tan radical como el cruce de umbral que marcará un antes y después. V - Le gran error de Brasil en 1950 fue proclamarse campeón sin haber jugado la final. Su perdición fue no presupuestar ni en su peor pesadilla un escenario de derrota. Brasil aprendió la lección y en 2014 fue ligeramente más sobrio. Por supuesto que Scolari tenía presupuestada la derrota contra Alemania, pero nadie, ni en su peor pesadilla, presupuestó la humillación. Brasil expuesto y trapeado como un vil equipito caribeño, como Martinica o San Vicente en eliminatoria de Concacaf. He visto mucho, muchísimo futbol y lo de este 8 de julio es lo más radical que a la fecha he observado. Aún me estoy dando pellizcos. En un futbol donde las distancias y los espacios se acortan y donde la diferencia entre un gigante y un modesto es a menudo un miserable gol, siete goles en semifinal a un anfitrión con palmarés de pentacampeón es narrativa tremendista, un barroquismo propio de castigo bíblico. El guión dice que la eliminación de un grande trae consigo la épica: goles de último minuto, tiempos extra con acalambrados, penales verdugos, pifias arbitrales. ¿Siete goles? Nadie te compra ese guión. Para que se den una idea, en 84 años de historia mundialista, los únicos equipos que habían llegado al medio tiempo con un 0-5 eran Zaire y Haití. Nunca un anfitrión había sido humillado de esa forma y mira que ha habido anfitriones mediocres. VI- Cuando se vive una derrota o una tragedia cualquiera, la perorata tradicional de un motivador es dejar atrás el mal trago. Vamos, la vida sigue, dirá el discurso motivacional. ¿La vida sigue? No. La vida se ha detenido en ese instante y se ha detenido para siempre. Todos estos monigotes llamados Fred, Luis Gustavo, Hulk, Marcelo, Julio César serán esclavos a perpetuidad de esta masacre. Al mismo Scolari su campeonato mundial en 2002 se le derrite después de estos siete goles. Hace poco escribí una historia llamada El minuto de Alcides, en donde hablo de ese minuto trágico y glorioso del que el extremo Alcides Ghiggia y el portero brasileño Moacir Barbosa fueron esclavos a perpetuidad. El drama de Moacir y de Alcides, es precisamente que la vida no sigue, que se ha congelado en un segundo de eternidad. Medio siglo después los dos ancianos seguían atados al minuto. Ambos, por cierto, se convirtieron en ancianos pobres. Barbosa muere de un derrame cerebral el 8 de abril de 2000 a los 79 años. Muere pobre y aun condenado por su error. El pueblo brasileño jamás le perdonó el gol que le anotó Alcides Ghiggia. “La pena máxima por un delito en Brasil son treinta años, pero yo he tenido que pagar toda mi vida sin ser perdonado por un delito que no cometí”, declaró Barbosa. ¿Qué pasará con el portero Julio César? ¿Qué pasará con Fred, David Luiz, Marcelo? ¿Qué pasará con la pobre presidenta Dilma? VII- ¿Qué sigue? Creo que Alemania debe ser campeón, aunque en el futbol suelen pasar cosas raras. La mayor mentada de madre del destino, es que Brasil todavía debe jugar por el tercer lugar y no es para nada descartable que ese juego sea el clásico contra Argentina. Esto ya huele a tormento.