El eterno dilema de mi pensamiento es la lucha entre el libre albedrío, la aleatoriedad y el destino fatal de tragedia griega. En la superficie y ante el mundo soy un racionalista; un ateo convencido de que tus acciones y omisiones gobiernan el destino (siempre expuestos al capricho de una aleatoriedad adicta al humor negro). Sin embargo, el futbol y la vida se empeñan en escupirme una y otra vez nuestra condición de juguetes y esclavos de una fatalidad irrenunciable. No importa lo que hagas o dejes de hacer. No importa qué tan cerca estés de romper el hechizo y torcer la Historia. Inútiles serán nuestras rebeliones apóstatas pues hagamos lo que hagamos no podremos escapar al brazo ejecutor de nuestro destino. Al personaje de tragedia no le es dado renunciar a su papel. Aunque el cielo esté azul, aunque vislumbres la gloria y la roces con la yema de los dedos, la sombra fatal está ahí; a veces invisible, pero omnipresente. Aún en el minuto 87, con el marcador y el viento a favor, sabía que el manto trágico estaba ahí, listo para cubrirnos. El condenado debe cumplir paso a paso el guión asignado en la tragedia, un guión cada cuatro años más dramático. Cuando llevas dos décadas enteras viendo esa misma historia, cuando puedes recordar exactamente dónde estabas y qué pensaste en cada nueva eliminación desde el día de la graduación de sexto de primaria con Schumacher deteniendo los regalos de Servín y Quirarte en el Estadio Tigre lo único que resta pensar es en la omnipotencia del destino y nuestra condición de juguetes. Un Eterno Retorno siniestro, un Mito de Sísifo en donde la piedra es cada cuatro años más pesada. Y al final, nos quedamos recitando nuestro gran poema nacional, el libro de cabecera de todos los mexicanos llamado Visión de los Vencidos. Una vez más nos queda por herencia una red de agujeros.
Monday, June 30, 2014
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