Ni siquiera tuve tiempo de embarrarme de infierno y tributar con ósculos obscenos a Satanás. El fuego del averno no trajo consigo orgía y abyección; solo una gastritis algo terca y una migraña machacona. No tuve tiempo de arrastrarme por el fango y mirar a los ojos de mis diablos, ni cogí con extraños en habitaciones prostibularias entre rayas adulteradas e infectas jeringas. Sí, siempre ha sido vendedor proclamarte prófugo del pantano y presumir la mierda embarrada cuando buscabas el paraíso al fondo de la letrina. El averno y los pozos de mierda son sitios sexys. Y no, no voy a decir que no fui un explorador más o menos persistente en algún momento, pero el fondo, si es que existe, no llegué a tocarlo. Sí, bebí mucho, tal vez demasiado, pero no tengo en mi arsenal alguna historia capaz de hacer derramar lágrimas en una junta de Alcohólicos Anónimos. No tuve que sentir asco de mi mismo ni observé una luz redentora cuando me regodeaba en la pestilencia. Eso que llaman fondo llegó cuando un tímido whisky casero de viernes por la noche me empezó a mandar directo y sin escalas al yogur y el All bran. Lo más parecido al Aqueronte ha sido un dolor pasado de hijoeputa entre el ojo y el oído derecho (siempre el lado derecho) que irrumpe puntual cada que me da por consumir alcohol, con mención honorífica a los whiskochos. Antes de sentir la cercanía de alguna caricia de rica ebriedad llegan puntuales el retortijón gástrico y la punzada sobre el ojo en ruta hacia el oído. Abrir la cartera e invertir en buenas botellas no me salva de la condena. Ya no hace falta un licor artillero para hacerme parir cheneques. El vicio caducó sin aspavientos; sin necesidad de rehabilitación ni juramentos de enmienda. Dios no ocupó venir a salvarme de bestia alguna. Se conformó con mandar a sus esbirros más burocráticos, esos dolorcitos de cuarentón infestado de spleen. Los infiernos mezcaleros de Lowry hace tiempo son solo cultura libresca.
Tuesday, July 01, 2014
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