Lo que no tiene nombre. Piedad Bonnett. Por Daniel Salinas Basave
A simple vista y por puro repaso de contraportada no pintaría para ser de esos libros capaces de llamar mi atención, pero esta canija adicción nunca para de darme sorpresas. Apenas he concluido su lectura y ya lo he colocado en el top 5 del 2013. “Lo que no tiene nombre” de Piedad Bonnett es un trago fuerte que se toma de hidalgo; una navaja de Tánatos desgarrando venas; el brutalmente honesto relato de una madre sobre la enfermedad mental y el suicidio de su hijo. ¿Por qué me pareció demoledor este libro? Ante todo por su franqueza, por su valiente desnudez. Piedad Bonnett es una madre cuyo hijo, el pintor Daniel Segura, ha saltado desde un sexto piso y se ha despedazado sobre el pavimento neoyorquino. Uno pensaría que se va a topar con el relato plañidero y autocompasivo de una afligida doñita, pero aquí, por fortuna, no hay ni pizca de cursilería ni hipocresía cristiana. Hay dolor por supuesto, pero ni asomo de la barata autoayuda que le suelen recetar a quien ha perdido un ser querido. La madre se da a la tarea de explorar a fondo los detalles del descenso a los infernos de un esquizofrénico y la pesadilla en que se transforma esa vida donde mil demonios te hablan al oído y las sombras desfilan en la oscuridad en las noches de insomnio. Explora los motivos y las circunstancias que acaban por desencadenar el salto al vacío y cuestiona la doble moral y la correcta hipocresía que suele rodear a la fila de pésames ante el suicidio de un ser querido. La condena del mojigato al suicida. Lo vergonzante y embarazoso que le resulta a la gente políticamente correcta hablar de frente y sin tapujos sobre el tema, como si morir por la propia mano fuera indigno. No sé si sería exagerado decir que el de Piedad Bonnett podría convertirse en un clásico extremo de la tanatología y cohabitar en ese pandemonio donde moran La muerte de Iván Ilich y Mientras agonizo. Por lo que la composición se refiere, es patente el largo kilometraje de la autora escribiendo poesía, pues hay una oscura y triste belleza en este libro. Hay algo inquietante y desolador, sí, pero hay belleza. Habrá quien pueda considerar desnaturalizado o exhibicionista el que una madre escriba así sobre el suicidio de su hijo. Habrá quien se sienta horrorizado y se santigüe al leer que la autora justifica y entiende el suicidio de su hijo y admite que de una u otra forma, siempre supo que acabaría así. Yo pienso que la escritura es ante todo la búsqueda de mirar a los ojos a tus demonios y Piedad los miró profundo. También pienso que el suicidio puede ser la más digna de las muertes.