La desolación de una ciudad sin librerías
Caminar las calles de una ciudad sin librerías es para mí una escena digna de la peor pesadilla. La idea de una urbe carente de espacios librescos me parece tan aterradora como un desierto sin oasis. Y sin embargo la ciudad de mis pesadillas no está muy lejos de la realidad. Me duele mucho aceptarlo, pero haría falta muy poco para que Tijuana se convirtiera en una ciudad sin librerías. En Rosarito, que es el municipio donde transcurre mi vida diaria, no hay una sola. En toda la zona este de Tijuana, que es la que se expande más rápidamente, tampoco es posible encontrar una. Las poquísimas librerías que hay en la ciudad se concentran casi en su totalidad en Río o en el Centro. El parte de defunciones contiene el obituario de la que ha sido sin duda la más tradicional y emblemática librería de Tijuana, que fue El Día de la Calle Sexta, cerrada hace más de seis años y ahora convertida en bar. También cerró sus puertas El Ingenioso Hidalgo de Otay. Las auténticas librerías que le quedan a Tijuana sobreviven peleando a brazo partido contra la adversidad. Desgraciadamente esa es la historia de no pocas ciudades en el mundo en donde las librerías han ido poco a poco extinguiéndose. El ejemplo más cercano lo tenemos en San Diego, donde de un día para otro, la descomunal Borders donde tantas tardes pasé, lucía un siniestro letrero de “for rent”. Aquella era una librería de dos pisos, concebida y diseñada para maniacos émulos de Alonso Quijano capaces de perdernos tardes enteras entre sus títulos o desparramarse en sus sillones libro en mano acompañado de un café. De repente Borders se transformó en la osamenta vacía de un mastodonte. Las idas al Gaslamp son ahora mucho menos interesantes. Claro, alguien con un criterio práctico y utilitario me puede decir que todos esos libros los puedo comprar en Amazon o que los puedo bajar de internet en Pdf o comprarlos en libro electrónico a precio de ganga. Lo que nunca van a entender esas prácticas mentes utilitarias, es que una librería no es una simple tienda para ir a satisfacer una necesidad. Una librería es un fin en sí mismo. Visitarla es emprender un pequeño gran viaje a otros mundos alejados de la rutina y el tedio urbano. Perderse en una librería es darse la oportunidad de echar a la volar la cabeza y volverse loco en medio de la más cotidiana de las jornadas y eso es algo que Amazon jamás me procurará. Sin embargo, una librería debe ser negocio para poder funcionar, pues no es fácil mantenerlas por puro amor al arte y la realidad es que para alguien que solamente vende libros, cada vez es más complicado sobrevivir. Tal vez el futuro inmediato de las librerías sea apostar por un modelo de tienda-café-bar, como es el caso de El Péndulo en la Ciudad de México. Por supuesto, es complicado meterse en dilemas de comidas, bebidas, mesas, vajillas, pero acaso ese modelo sea el único posible. Después de todo, Amazon jamás podrá ofrecer el placer de un café recién hecho, cuyo aroma se confunde con el olor que impregna las páginas del libro que leemos.