Dado que la lectura no es su fuerte y la historia de México le aburre, a Enrique Peña Nieto posiblemente le interese muy poco saber acerca de ese embrión constitucional nacido hace exactamente dos siglos en Apatzingán. En cualquier caso, desde ahora puedo ir apostando, sin demasiado margen de error, a que sus asesores le habrán recomendado conmemorar el bicentenario de dicho ordenamiento con algún evento pomposo y rimbombante a celebrarse el 22 de octubre en la ciudad de Apatzingán, el lugar donde el estado mexicano evidencia su derrota. Será sin duda un evento custodiado por decenas de miles de soldados y elementos del estado mayor presidencial, un acto cívico rebosante de patéticos e insustanciales discursos leídos en teleprompter en donde se elogiará el imperio de la legalidad en México, justamente en una región donde la ley ha dejado de existir. Un evento donde los funcionarios estarán, se lo puedo asegurar, muertos de miedo. La historia está llena de símbolos y paradojas. Apatzingán fue el sitio donde José María Morelos y su Congreso de Anáhuac promulgaron la imperfecta semilla constitucional de una nación nonata. Estructuralmente, la de Apatzngán puede ser vista como un pastiche americano de la Constitución española de Cádiz. Con 242 artículos y la apuesta por un sistema republicano, el llamado Decreto Constitucional de la América Mexicana pugnó infructuosamente por dar una columna vertebral legal a una nación independiente que intentaba nacer a punta de cañonazos. Para cuando el Congreso insurgente se reunió en Apatzingán, el ejército de Morelos era apenas una sombra de sí mismo. Habiendo perdido a Matamoros y a Galeana, sus brazos incondicionales, el cura de Carácuaro estaba acorralado por los realistas y exactamente catorce meses después de la promulgación de la Constitución, fue fusilado en San Cristóbal Ecatepec. La Carta Magna insurgente jamás pudo tener vigencia ni ser aplicada. En los hechos, fue la Constitución federalista de 1824 la primera ley de la nación independiente, aunque a Apatzingán le queda el honor de haber sido la cuna de esa fundacional semilla constitucional. De hecho, el nombre oficial del municipio michoacano es Apatzingán de la Constitución. La Comisión Permanente del Congreso de la Unión presentó un punto de acuerdo para declarar al 2014 como el año del Bicentenario de la Promulgación de la Constitución de Apatzingán. El festejo oficial deberá realizarse, sí o sí. La gran mentada de madre del destino, es que la cuna de la Constitución es una región donde el estado mexicano ha sido derrotado y suplantado. En el occidente michoacano el gobierno es, si acaso, un estorboso espectador que mira impotente la guerra entre templarios y autodefensas. El lugar donde quiso nacer la primera ley suprema de un país con gobiernos empeñados en pisotear la legalidad, se ha convertido, dos siglos después, en la cuna de la primera gran narcoinsurgencia de nuestra historia. En Michoacán el gobierno no solamente ha sido desafiado, sino que ha sido suplantado. El mensaje de las autodefensas al gobierno es claro: mucho ayuda el que no estorba y en Michoacán el gobierno se ha dedicado simplemente a estorbar. Pese a todo, en medio del terror festejarán los dos siglos de la Constitución en una región donde la única ley vigente es la del plomo y la sangre.
Friday, January 24, 2014
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