Eterno Retorno

Tuesday, October 02, 2012

Y SI LE CAMBIAMOS DE NOMBRE AL BULEVAR DÍAZ ORDAZ. MITOS DEL BICENTENARIO EL INFORMADOR DE BC

Por Daniel Salinas Basave
Tal vez el 2 de octubre no se olvide, pero más allá de la aparente terquedad de una memoria estéril, al movimiento del 68 le ha pasado lo peor que le puede suceder a una revolución: se volvió un cliché, una perorata, un mantra sin sustancia; un producto para jugar a ser desafiante y subversivo, como una camiseta del Che Guevara comprada en un centro comercial californiano. Podríamos ponerle al asunto una dosis de romanticismo y decir que la sangre de los mártires de Tlatelolco regó las semillas de un México más justo y libre; se escucha bonito pero la verdad no estoy tan seguro. De acuerdo, en 2012 a ningún político se le ocurriría enviar tanques de guerra a masacrar a los militantes de #YoSoy132 (aunque a uno que otro retrógrada como el ensenadense Pelayo no le falten ganas) y mal que bien vivimos en un país que a gritos y sombrerazos tiene una sociedad que practica (o quiere practicar) algo parecido a la tolerancia y tiene una sui generis democracia que le cuesta carísima. Sí, México ha avanzado algunos pasos en los últimos 44 años y estamos de acuerdo en que un joven militante de #YoSoy132 ha crecido con muchas más libertades de las que gozó un estudiante en 1968, sin embargo tampoco se puede decir que estemos del otro lado. Vaya, una sociedad que le ha regresado el poder a la oligarquía que la exprimió y oprimió durante la mayor parte del Siglo XX, que se ha dejado seducir por el insustancial discurso de un candidato hueco y prefabricado y que vende su voto por una despensa, no es precisamente una sociedad muy progresista o que haya aprendido de sus errores. La manera tan burda en que México se entregó de nuevo a los brazos del priismo como la mujer golpeada se entrega sollozante a los brazos del golpeador es la mayor muestra de que el movimiento del 68 naufragó. Pero más allá de embriagarnos cada año con el licor de la utopía gritando “2 de octubre no se olvida” en las calles de un país sin memoria, tengo una propuesta bastante sencillita y concreta que podría traer por lo menos un logro a quienes exigen justicia para los muertos de Tlatelolco: ¿qué tal si empezamos por cambiarle el nombre al Bulevar Díaz Ordaz? Me parece increíble que el asesino confeso, el hombre que asumió la responsabilidad de la masacre como un acto heroico “para salvar al país del complot internacional comunista”, siga teniendo bulevares, avenidas, calles y escuelas con su nombre. ¿En Rusia hay calles que se llamen Stalin? ¿Hay en Italia escuelas con el nombre de Mussolini? ¿Entonces por qué en México seguimos glorificando genocidas? ¿Por qué nos sobran las colonias Luis Echeverría, Raúl Salinas, José López Portillo? Es bastante sencillito, basta con presentar la iniciativa al Cabildo y que se apruebe el cambio de nombre en el consejo de nomenclatura. De acuerdo, en términos prácticos no va a servir de nada, es solo el nombre de una calle, pero la historia está hecha de símbolos y sería muy simbólico dejar de transitar por la calle que lleva el nombre de un asesino. ¿Será posible?