Última historia que he escrito, se titula La Furia; La he concluido el 15 de septiembre y finaliza así: Mi último trago de mi última cerveza se ha agotado y ahora sólo me resta tratar de adivinar quién llegará primero, si mis 400 euros de ayuda social o los sicarios del banco a sacarme de esta casa que pondrán en remate y que el mismo banco comprará a precio de ganga, para volvérsela a vender a un pijo con sueños de grandeza que aun no esté arruinado. Un pijo feliz que esta noche estará festejando el 4-0 contra Italia en Las Cibeles y ya algo ebrio tendrá una patriótica erección de campeón de copa europea y follará con su alegre mujer o con alguna putilla y mañana saldrá a contemplar el desfile de los campeones por la Gran Vía. Un pijo que todavía tiene un empleo y que después de este cuarto gol se siente aun más orgulloso de ser español. Un pijo que verá la gran oferta de esta casa que alguna vez juró ser mía como Helena, como Aranza y como esas mujeres que se metieron mi polla a la boca cuando creían ver euros y futuro debajo de esta piel envejecida. Un pijo que verá en internet la foto de esta casa rematada por el banco y con aire de pija suficiencia dirá “me la merezco”, mientras yo estaré decidiendo si emular al jubilado griego que se pegó un tiro en la plaza, entrar al supermercado a robar una botella de whisky o ir a la carpa de Almudena y su novio a pedir posada a ver si en esta ruina humana que ves, aun cabe un poco de indignación.
Última historia, concluida el 15 de septiembre, finaliza así. Y la que he empezado ayer, que aun no tiene título, comienza así:
El botellazo reventó sobre tu cabeza, entre la mollera y la nuca, justo cuando ya habías dejado fuera de combate al perro sepulturero y te disponías a quebrar a patadas cada una de sus costillas. Ni siquiera alcanzaste a ver la cara de tu agresor, que te sorprendió por la espalda mientras tus ojos estaban sobre el que suponías era tu único oponente, quien yacía boca abajo sobre el pavimento con la nariz partida y a merced de tus botas. La botella se pulverizó en tu cráneo y de inmediato sentiste el cabello empapado, primero de cerveza y segundos después de sangre, una fuente que pronto se convirtió en catarata y dejó un charco rojo en el asfalto. Rodaste sobre el suelo, a unos metros de donde había caído el primero de tus rivales y en acto reflejo te llevaste la mano a la nuca para sentir los pelos viscosos, atiborrados de vidrios molidos entre el licor derramado y la hemorragia imparable. Reptaste en el pavimento e intentaste sin éxito levantarte y correr, pues ya veías venir la tormenta de patadas sobre tu rostro, pero en lugar de botas partiendo tu cara sentiste más humedad en tu boca, tus ojos, tu cuello; una lluvia cayendo sobre tu cabeza molida y sangrante. Los perros sepultureros se estaban meando sobre ti. Eran cuatro o cinco los partisanos de mierda que habían desenfundado sus vergas y te estaban orinando, incluido el pobre diablo al que le habías roto la nariz, que se había levantado del suelo para vaciar su vejiga en ti. Vencido e indefenso como estabas, para ellos había un mayor placer en la humillación de ahogarte en mierda que en acabar de romperte los huesos. ¿De dónde habían salido tantos sepultureros? ¿Y dónde carajos se habían metido Dragan y Bojan ahora que los necesitabas? Los partisanos acabaron de mear, subieron sus braguetas y se largaron como si tal cosa y ahí estabas tú, en un charco de sangre, cerveza y orina, sacudiéndote como un renacuajo arrojado a la arena ardiente. Tus agresores te abandonaron, llevándose la satisfacción del deber cumplido y una nueva anécdota para las borracheras del futuro inmediato y a ti sólo te quedó por herencia el silencio y un súbito desvanecimiento en un abrazo de oscuridad donde te ibas volviendo ligero, casi inmaterial conforme la sangre salía en imparable chorro de tu cabeza partida.
Monday, September 17, 2012
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