Por: Ramiro Padilla. Escritor Ensenadense.
Gutenberg no desaparecerá. Es como la materia. No desaparece, solo se transforma. De los días de Maguncia solo quedan algunos recuerdos que se han convertido en kilobytes. Imagino su cara si resucitara en este momento y viera un instrumento para leer que puede almacenar hasta 3500 libros. Algo a lo que él ayudó a crear sin darse cuenta. Regresaría al lugar del que supuestamente vendría con la satisfacción del deber cumplido. Estas son parte de las reflexiones a las que me lleva la lectura del libro de Daniel Salinas Basave, Réquiem por Gutenberg, premio estatal de literatura en la categoría de ensayo.
Si hay algo que me une con Daniel es un cierto fetichismo por el libro impreso. Olerlo, tocarlo, verlo, sopesarlo. El olor de un libro viejo o de un libro nuevo son característicos. No me imagino oliendo un dispositivo electrónico aunque este simule de manera exacta la hoja de papel. Tampoco se puede matar una mosca con una computadora, dijo Blancornelas. Al igual que un adolescente obsesionado con los juegos electrónicos Daniel es un fanático de los libros y los medios impresos porque la lectura es la forma más fácil de evadirse (nos) de la realidad. De ahí su comparación con el juego electrónico. De sus tiempos como periodista en Frontera y sus pasos por la redacción y las prensas. El olor a tinta que se creía vencedor de los signos de los tiempos. Nada vencerá un ejemplar impreso, al menos eso creía él y creía yo. Pero la modernidad y la masificación tenían una respuesta diferente, porque aunque nos duela reconocerlo el periódico en línea es mejor. Interactivo.
Las tecnologías que toman por asalto los medios, los hacen prácticos, digeribles, los transforman. Ya no hay reporteros como viejos guerreros del oficio armados de un block de notas. Ya no hay beepers. Ahora todo es en tiempo real. Aunque el beneficio para los medios mexicanos es el miedo al cambio. Una prolongación de su agonía. El Réquiem por Gutenberg es un tributo a un pasado que se niega a abandonarnos porque ha habido muchos profetas de la muerte del libro. Lo anuncian con bombo y platillo. Bill Gates disfruta diciéndolo: la pantalla sustituirá al libro. Y el libro de Daniel es una oda a la nostalgia de los tiempos perdidos al igual que los clásicos musicales que tocamos muchas veces, solo por el placer de escucharlos. Siempre tiempos pasados fueron mejores, al menos eso creemos. Con estas nuevas tecnologías, siempre tiempos futuros serán mejores. Hay una imagen paradigmática que circula en las redes sociales, en la que se observa a un grupo de niños mover un libro con un palo en la calle. Se preguntan que es ese objeto tan extraño y si es peligroso.
Y para que el funeral fuera completo hacía falta el cadáver físico, el libro mismo en el que se ha escrito su propia necrológica. Lo curioso es que leyendo este libro no solo pienso en el libro como objeto sino en todos los medios impresos en lento cuando no acelerado declive.
Las formas de comunicación que evolucionan ante la mirada asombrada de aquellos que creíamos en la primacía del libro como objeto inmortal e intemporal. Pero la muerte del libro no es nueva. Se ha venido anunciando desde hace un siglo cuando la radio se masificó. Luego vino la televisión y sus apologistas diciendo que la imagen haría que la lectura se colapsara y lo que sucedió fue que la misma lectura se masificó. Después vino el internet y de nuevo se anunció que ahora sí, el objeto perfeccionado en un taller en la lejana Alemania tenía las horas contadas. Pero sucedió lo contrario. En estos tiempos es chic tener un lector de libros. No hay nada más cool que ir a un café a leer en su versión impresa y virtual. Leer te da un aire intelectual, es lo de hoy.
Aunque la absoluta ventaja de los medios impresos sea la de no necesitar baterías. Puedes continuar su lectura cuando te venga en gana doblando la página. Para algunos será sumamente desagradable cargar una pila de libros en una mochila en comparación con el dispositivo de lectura o la tableta.
Todos sentimos nostalgia de Samuel Riba, el editor catalán que decide vender su editorial porque lo de él es la alta literatura. Los bestsellers lo abruman. El internet lo aniquila. Y se convierte en la figura paradigmática de los viejos tiempos, como las viejas memorias de Carlos Fuentes recordando como su padre y su abuelo esperaban el barco que traería las novedades de libros franceses. Ahora esos libros están a un click.
Vila Matas lo intuyó. Por eso escribió Dublinesca. Daniel Salinas Basave sin proponérselo ha hecho del Réquiem un fetichista objeto de colección. Un libro que será recordado por anunciarse como su propia destrucción. Y quizá allí radique su salvación.
Monday, October 01, 2012
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