Eterno Retorno

Sunday, March 25, 2012




A Sebastián lo conocí en el verano del 94 en los arrancones que se jugaban en la salida a Maneadero. Debe haber sido mi necesidad de conocer almas jamesdeanescas resueltas a convertirse en bellos cadáveres lo que me llevó a acudir a los arrancones en las noches de aquel verano, aunque solo encontré un nido de pretenciosos obsesionados con impresionar chicas a bordo de sus carros arreglados como pavorreales. Un nido de pretenciosos que debían rendirse cada noche cuando aparecía Sebastián a bordo de su horrible Caribe amarillo pollo. Lo fascinante de Sebastián es que no pretendía nada. Lo único que deseaba con toda su alma era morirse o estar cada día tan cerca como le fuera posible de la muerte. Si acudía a los arrancones era por modus vivendi, una simple forma de obtener dinero rápido. En los arrancones corrían apuestas y cada que Sebastián andaba corto de dinero, simplemente se aparecía por ahí y jugaba unas cuantas carreras que irremediablemente ganaba. Llegaba solo y solo se iba, como una aparición. Nunca hablaba ni convivía con nadie ni se bebía unas cervezas después de la carrera ni buscaba ligarse chicas aprovechando su estatus mítico de piloto invicto. Llegaba, retaba, corría, cobraba y se largaba sin despedirse. Llevaba siempre la misma puerca camiseta verde con amarillo de un equipo de futbol argentino llamado Defensa y Justicia del barrio Florencio Varela, eternamente cubierta de arena, pues cuando no estaba corriendo, se hallaba en medio de las olas del Pacífico con su tabla de surf. Su pelo era un amasijo de rastas naturales formadas tras meses de exposición al sol y al mar con baños poco frecuentes. Sebastián no deseaba ser campeón de Fórmula Uno, ni ganar un mundial de surf. La velocidad o las olas del Pacífico eran solo medios para poder convivir de cerca con la Muerte. Corría y surfeaba siempre en soledad y en soledad se paraba en frente del tren o se atravesaba a los camiones que regresaban de San Quintín.