Eterno Retorno

Friday, March 09, 2012





27 años sin mi Abuela. De una u otra forma, su recuerdo se ha instalado en una nueva narración donde las palabras brotan como mata baldía.
La alegre irreverencia de 1991 tocó punto final. La dejaré descansar como un vino en barrica. Ahora Racimo de Horcas brota a la superficie y deberá poder salir entera antes de podrirse en el interior, como tantas historias se han podrido en el paraíso de la placenta narrativa. He releído Réquiem por Gutenberg y Liturgia del Tigre Blanco con ojos de lupa. Leo y releo y como un vino en reposo, cada vez me saben diferentes.

Por ahora chutaos aquello que mis demonios susurran al oído.


Con una visión del mundo propia de tragedia griega, podemos concluir que en realidad todo cuerpo vivo tiene definida su fecha de caducidad. Si nacemos marcados por un tiránico destino irrenunciable, entonces la fecha de nuestra muerte ha sido de antemano señalada por caprichosas deidades y nada hay que podamos hacer al respecto. Inútiles serán nuestras rebeliones apóstatas, pues hagamos lo que hagamos no podremos escapar al brazo ejecutor de nuestro destino. Desde el instante de nuestro nacimiento, iniciamos una cuenta regresiva hacia el día de nuestra muerte. Estar vivo significa estar desahuciado.

En mi caso, soy creyente en el libre albedrío. Decidir con tanto tiempo de anticipación mi final, fue mi acto supremo de rebeldía y desprecio contra un hipotético dios titiritero. Decidí arrebatarle a ese dios, o a la aleatoriedad, la potestad para determinar mi periodo de vida. La decisión estaba tomada: pasara lo que pasara en mi vida, yo no llegaría a cumplir 30 años. Esa decisión la tomé entrando a la década de los noventa, cuando había cumplido 16 años. Inició entonces la cuenta regresiva. A partir de ese momento me restaban poco más de trece años de vida y mi tarea sería tratar de vivirlos intensamente.