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"Esas noches, febriles y ardientes, las pasaba metido en sus libros. Se adentraba en sus almacenes, recorría las galerías de su biblioteca con éxtasis y embelesamiento, y luego se detenía, con la cabellera revuelta, los ojos fijos y brillantes. Sus manos temblaban al tocar los libros de las estanterías. Cogía un libro, pasaba las páginas, tocaba el papel, examinando las doraduras, las cubiertas, las letras, la tinta, los pliegues y el arreglo de los diseños para la palabra Fin. Después, lo cambiaba de sitio”. Conste que Flaubert no se refería a mí en Bibliomanía.