Eterno Retorno

Tuesday, May 10, 2011


Cuando el destino de México se decidió en Ciudad Juárez

Por Daniel Salinas Basave

Desde un tiempo para acá, Ciudad Juárez parece ser la marca registrada del plomo y la sangre en las noticias. Nos hemos acostumbrado a asociar el nombre de la gran frontera chihuahuense con el mayor y más cruel campo de batalla de la guerra contra el crimen organizado en la era de Felipe Calderón. Con tantas páginas teñidas de rojo, muchos han olvidado que hace exactamente un siglo, el destino de todo México se jugó en Ciudad Juárez. En 1911 la antigua Paso del Norte fue, al igual que lo es hoy, un campo de batalla entre dos bandos que se disputaban el poder, sólo que en aquel entonces la batalla no era entre zetas, cartel de Sinaloa y Ejército Nacional, sino entre las fuerzas federales defensoras de la dictadura de Porfirio Díaz y la tropa revolucionaria maderista, encabezada por Pascual Orozco y el entonces coronel Francisco Villa. Además de celebrar el Día de las Madres, este 10 de mayo se cumplieron cien años de la toma de Ciudad Juárez por los rebeldes, lo que significó el derrumbe de más de tres décadas de dictadura porfirista en México. La de Ciudad Juárez fue también la primera gran batalla de la Revolución, aunque comparada con los baños de sangre que se vivirían años después en Torreón, Zacatecas y Celaya, acabaría por parecer una escaramuza, si bien para los juarenses fue el mayor derramamiento de sangre que se había vivido hasta entonces en su ciudad. Cierto que los habitantes de la frontera se habían acostumbrado a las periódicas incursiones de hordas apaches y bandoleros durante el Siglo XIX, pero jamás habían vivido un combate tan sangriento y con fuego tan nutrido en sus calles. La toma de Ciudad Juárez fue el producto de una desobediencia, pues Francisco I. Madero, líder máximo del movimiento, había sido contundente en su orden de no atacar la ciudad fronteriza, resguardada por el general porfirista Juan Navarro. Sin embargo, Pascual Orozco y Francisco Villa “se fueron por la libre” y desobedecieron las órdenes del jefe dando inicio al ataque contra Ciudad Juárez el 8 de mayo de 1911. El tiroteo iniciado por orozquistas y villistas rompió de manera repentina y por sorpresa una tregua pactada por Madero y el general Navarro. Tras dos días de combates en pleno centro de Juárez, las tropas porfiristas acabaron por rendirse y entregar la ciudad el 10 de mayo a las tres de la tarde mientras los norteamericanos, sentados en palco de honor, contemplaban entretenidos el espectáculo desde El Paso. Entre los mandos de la tropa revolucionaria llamaba la atención la presencia del aventurero ítalo-australiano Pippo Garibaldi, nieto del caudillo unificador de Italia, el célebre Giuseppe Garibaldi. Este polémico Pippo Garibaldi, nacido en Melbourne Australia, fue combatiente en los más alejados e improbables rincones del mundo, pues lo mismo participó en Juárez con los maderistas que en Sudáfrica en la Guerra de los Boers o en las trincheras europeas de la Primera Guerra Mundial. Inevitable fue el pillaje en la ciudad y la matanza de federales a cargo de los revolucionarios. El general Juan Navarro, preso de los rebeldes, estuvo a punto de ser fusilado por Pascual Orozco, en venganza por la crueldad mostrada por el porfirista meses antes en el combate de Cerro Prieto, pero el siempre magnánimo Madero le salvó la vida e impidió la ejecución. Aunque la toma de Ciudad Juárez había sido producto de una insubordinación, Madero recibió la plaza en bandeja de plata y realizó su entrada triunfal a dicha frontera donde estableció su cuartel general. Ciudad Juárez fue el primer gran golpe militar a la dictadura de Porfirio Díaz, cuyo poderoso ejército demostró ser un gigante con pies de barro, timorato, obsoleto y sin capacidad de reacción frente al ataque de los indisciplinados rebeldes, que ni siquiera constituían un ejército regular. La batalla costó en total unas mil 500 bajas a los dos bandos, un saldo que podría considerarse casi blanco si se compara con las decenas de miles de muertos que tapizarían los campos de batalla de la Revolución Constitucionalista dos años después. A un siglo de distancia no deja de resultar sorprendente que la toma de una ciudad tan alejada de la Capital de la República que en la época apenas sumaba poco más de 10 mil habitantes, haya significado el final de la dictadura más longeva de la historia del País. Ahí se firmaron los Tratados de Ciudad Juárez que sellaron legalmente el final de la dictadura porfirista iniciada en 1876. Al final, Ciudad Juárez fue un triunfo engañoso en todo el sentido de la palabra para los maderistas. Si bien a raíz de la batalla consiguieron un premio demasiado grande y sin duda inesperado, como fue la renuncia de Porfirio Díaz a la Presidencia de la República, lo cierto es que con los Tratados de Ciudad Juárez los maderistas se pusieron la soga al cuello pues inocentemente Madero aceptó el licenciamiento de sus tropas y se puso en manos del ejército federal que lo odiaba con fervor, además de aceptar como presidente interino a un conservador anti-revolucionario como Francisco León de la Barra. Así las cosas, con unos tratados erróneos y firmados a la carrera, en Ciudad Juárez se decidió el destino del país y se abrió la puerta para el apocalipsis revolucionario que vendría.