Papeles con alas
Por Daniel Salinas Basave
Se dice que el primer periódico de la historia fue Acta Diurna, nacido 50 años antes de Cristo y creado por el mismísimo Julio César. Acta Diurna era colocado en las paredes del Foro Romano y ahí se informaba sobre las victorias militares del Imperio y las decisiones del Senado. En la baja Edad Media, en las primeras ciudades burguesas, se distribuían papeles con noticias de la comarca. En la Venecia del Siglo XV se distribuían hojas informativas que costaban una gaceta, moneda veneciana de aquel entonces que inmortalizó su nombre en un formato de prensa. Si bien en el Siglo XVII ya había periódicos en las grandes ciudades europeas, fue hasta el Siglo de las Luces cuando empezaron a proliferar. En la Revolución Francesa o en la independencia de las colonias británicas en Norteamérica, los panfletos jugaron un rol clave en la difusión de ideas libertarias. Cuestión de recordar célebres gacetillas libertarias como Sentido Común de Thomas Paine en Nueva Inglaterra, o el controvertido Amigo del Pueblo, creado por la pluma incendiaria de Jean Paul Marat, donde pedía guillotina para aristócratas y eclesiásticos. En 1884, Otto Mergenthaler inventó la máquina del linotipo, que moldea líneas enteras de letras con plomo caliente, lo que aceleró aún más la producción de periódicos. A finales del Siglo XIX, la encarnizada batalla entre los magnates estadounidenses de la prensa, Pullitzer y Hearst, puso en evidencia que la impresión de noticias se había convertido en un negocio millonario capaz de fabricar guerras en beneficio propio. En nuestro país, la historia de la prensa ya anda cerca del medio milenio. La primera imprenta de América empezó a funcionar en la Ciudad de México en 1539 y no se limitó a trabajar con sacros libritos de oraciones, pues apenas dos años después ya estaba circulando por las calles la primera noticia bomba materializada en papel y tinta: el gran terremoto de Guatemala de septiembre de 1541. Este devastador sismo se transformó en la primera noticia impresa en la historia del México colonial. Aunque los papeles con noticias circularon a lo largo de todo el Siglo XVI, el primer periódico más o menos formal fue La Gaceta de México, fundada en 1722 por el zacatecano Juan Ignacio Castorena y Ursúa, considerado el primer periodista mexicano o al menos el primero que lo fue de tiempo completo. Este ancestral colega de oficio nacido en 1668, fue amigo y defensor de Sor Juana Inés de la Cruz y además de haber puesto a circular el primer periódico mexicano, fundó en Zacatecas el primer colegio femenino del país, Los Mil Ángeles Marianos. Eso sí, la tradición del periodismo combativo y desafiante la inauguró en Guadalajara el mismísimo Miguel Hidalgo con El Despertador Americano, primer periódico insurgente. El cura rebelde se dio cuenta que para hacer crecer el movimiento surgido en Dolores, no bastaba el boca a boca o las fervorosas arengas en atrios de iglesias con el estandarte guadalupano en alto. Lo que hacía falta era tener papeles con alas que desparramaran por todo el virreinato los ideales libertarios y fue así como el 20 de diciembre de 1810, vio la luz en Guadalajara el primer número de El Despertador Americano, cuyo director era Francisco Severo Maldonado. La vida del periódico insurgente fue tan fugaz como el movimiento de Hidalgo y apenas logró llegar a los siete números. De hecho, hasta hace poco la existencia de la cabalística séptima edición de El Despertador Americano era una leyenda, pero un ejemplar apareció milagrosamente en un archivo de Chile. El periódico de Hidalgo circulaba 2 mil ejemplares y era carísimo. El ejemplar costaba dos reales, el equivalente a un valor de 15 dólares actuales. La venta de este periódico era una forma de allegarle recursos a la causa insurgente y por increíble que resulte, agotaba su tiraje. El séptimo y último ejemplar de El Despertador Americano se imprimió justamente el 17 de enero de 1811, fecha de la catastrófica derrota de los insurgentes frente a las tropas de Calleja en Puente de Calderón, revés del que jamás se levantarían. Calleja entró a Guadalajara y mandó incendiar la edición completa de ese séptimo número del que hasta ahora sabemos que se logró salvar algún ejemplar, que de manera increíble llegó hasta el lejano Chile. El Ilustrador Americano y el Ilustrador Nacional que Ignacio López Rayón puso a circular en Zitácuaro Michoacán, continuaron la labor de El Despertador y cuando en 1812 las Cortes de Cádiz decretaron la primera ley de libertad de expresión en todo el imperio español, empezaron a surgir periódicos como hongos en toda la Nueva España, entre los que destacó El Pensador Mexicano del célebre Joaquín Fernández de Lizardi. Ya en el México independiente destacarían tradicionales periódicos como El Monitor Republicano, El Federalista o El Siglo XIX, antes de que llegara el satírico Ahuizote o el anarquista Regeneración, pero esa historia, amigos lectores, la platicaremos después. Por ahora, no queda más que enviar un honesto y fortísimo abrazo rompehuesos a ese gran equipo de colegas y amigos que construyen semana a semana El Informador de Baja California, quienes han puesto su primera velita en el pastel. Con Luis Fernando Vásquez como capitán de la nave, mis colegas Rubén Velarde, Moisés Márquez, Cristina González, José Madrigal, Alberto Montes, Manuel Montoya y compañía, están escribiendo su propia historia, una historia escrita con honestidad y pasión periodística. Felicidades colegas.