Eterno Retorno

Tuesday, November 09, 2010


Esta es una gaviota de Valparaíso y es (o al menos lo supongo) una gaviota realizada. Acá por estos rumbos tijuaneros hay gaviotas y pelícanos binacionales. Se paran sobre los podridos postes que marcan la cicatriz que divide a Latinoamérica del Imperio y contemplan la tarde. Desde tu mesa en el Terraza Vallarta puedes verlos volar a uno y otro lado de la frontera, exportando e importando pescados sin que les cobren aranceles y sin molestosos migras filipinos encima de ellas. Hasta ahora el Tea Party no ha logrado penalizar el libre tránsito de aves marinas a través de la frontera. Pero la gaviota de la imagen nada sabe de garitas. Ella es una gaviota de Valpo, que acaso haya volado a Viña o la Reñaca. Una gaviota que dice cachai pho, que come congrio y chupe de mariscos y que acaso en una buena tarde le haya dado un llegue al pisco sour.


5 y 10

La Historia comienza, digamos, en un Oxxo, sobre una mesita roja. Ahí bebes un café andatti que podría saber peor. Sí, estamos de acuerdo en que un Oxxo no es lo más bucólico del paisaje urbano, pero en un afán de costumbrismo, o atendiendo a las leyes de la probabilidad, podemos concluir que toda historia que pretenda desarrollarse en una urbe mexicana, deberá incluir en algún momento a un Oxxo, pues estas tiendas de “conveniencia” (¿habías escuchado un término más ridículo y rimbombante para referirte a un changarro?) salpican cada esquina, por lo que algún día, tarde o temprano, irás a parar a alguno.

Bien. Nuestra historia comienza en un Oxxo y si quieres que sea más específico, empieza en el del crucero de la 5 y 10, el que está justo antes de bajar por el puente Alba Roja. Este crucero es, después de las garitas de San Ysidro y Otay, el mayor atiborre humano de Tijuana y una barroca representación de su perpetuo caos. Otro punto urbano ineludible este crucero que más de un despistado imagina como la unión entre las avenidas 5 y 10. Pero la 5 y 10 es un mito, una criatura de leyenda. Existen, sí, las avenidas Lázaro Cárdenas y Gustavo Díaz Ordaz, el expropiador del petróleo y el carnicero de Tlatelolco unidos en fraternal y eterno abrazo urbano. Existió en la antigüedad (cuenta la leyenda, pero a mí no me consta) una tienda llamada 5 y 10 dólares que se ubicaba en este preciso lugar y debe haber sido tan famosa, que logró inmortalizar su nombre en el crucero más concurrido de Tijuana y si bien no hay nomenclatura ni mapa catastral que lo reconozca, tampoco hay tijuanense que ignore la ubicación del crucero, donde hasta hace unos ocho años había un horrible puente peatonal cuadrado que era el símbolo y el rostro del lugar, pero de eso hablaremos luego. Acaso podamos escribir un Ulises tijuano que transcurra de manera íntegra sobre los extintos cuatro puentes peatonales de la 5 y 10, pero eso será escrito en otra ocasión.

La historia que nos ocupa (o nos ocupaba) esta mañana, comienza (¿o termina?) aquí, en un ritual de improbabilidad. Olvídense del Oxxo y de la 5 y 10. Lo que me obsesiona últimamente son los rituales de improbabilidad. Supersticioso como soy, atribuyo a estas situaciones cierta carga fatalista. Las sentencias del destino suelen cumplirse en sitios y momentos como éste. Nada tendrías que estar haciendo esta mañana justo aquí, escribiendo sobre la mesita roja de un Oxxo en la 5 y 10 y sin embargo es aquí donde te encuentras. Nadie, excepto la aleatoriedad, viene a buscarte aquí. Esos sitios que rompen tu cartografía cotidiana, son los que acaban marcando o definiendo el camino de tu vida. La Muerte suele danzar a dos metros y treinta segundos de la vereda por donde arrastras tu existencia, esa que tú ha creído eterna. Digamos que un comando asalta el Oxxo y una bala va dar justo a tu cabeza o un camión sin frenos se sale del puente y viene a dar justo sobre la mesa donde tú escribes estos ociosos desvaríos. Entre las víctimas está el pordiosero de barba tiesa que se asoma por la ventana y me mira mientras escribo.

Epílogo: El ritual de improbabilidad fue al final un ritual de intrascendencia y se amontonó en los millones de minutos que construyen esta enorme sala de espera que es nuestra vida, esa que algunos locos enfrentamos escribiendo e imaginando.