Eterno Retorno

Thursday, October 14, 2010




Una Independencia sin sangre

Por Daniel Salinas Basave



¿Pudo haber habido Independencia sin sangre en México? La historiografía jamás estudia el “hubiera”, pero la realidad es que el proceso de rompimiento de la Nueva España con la corona peninsular pudo ser menos traumático y costar menos vidas humanas. Tal vez sea crudo decirlo, pero las decenas de miles de vidas que se perdieron en las campañas de Hidalgo y Morelos pudieron haberse ahorrado, pues con o sin esos martirios, la Independencia de cualquier forma se habría consumado. Exaltada por el poético nacionalismo de asamblea, la Independencia es vista ante todo como una gesta guerrera, una epopeya donde la libertad debió ser pagada con sangre. El pueblo mexicano, nos dicen los poetas del patrioterismo, tuvo que sacrificar demasiados cuerpos en el altar de sus anhelos libertarios para poder romper sus cadenas. Bajo el punto de vista oficialista, todas estas muertes fueron imprescindibles para conseguir ese objetivo común de libertad y de no haberse derramado esa sangre mártir, nuestra nación seguiría condenada a la esclavitud. Sí, a los amantes del bronce y las letras de oro la sangre les parece el non plus ultra de lo poético. El precio pagado por ser independientes fueron las cabezas cercenadas de Hidalgo, Allende y Jiménez, las paredes de la Alhóndiga de Granaditas pintadas de rojo y un carro de artillería estallando en Puente de Calderón. Amantes de lo litúrgico, hemos escrito nuestro patriótico evangelio con la sangre y el sudor de nuestros mártires. Sin martirio no hay altares con flores, ni laureles de victoria, ni sepulcros para ellos de honor. El sonoro rugir del cañón es la música de nuestra Historia, la canción que cantamos a “mássiosare”, ese ni tan extraño enemigo tan aferrado a profanar con sus sucias plantas nuestro suelo. Pero la realidad es que un cuerpo destazado a sablazos y una cabeza humana dentro de una jaula no son asuntos muy poéticos que digamos y lo cierto es que si algo le sobró a nuestra Independencia fueron crueldades, mismas que pudieron evitarse si se hubiera optado por una transición pacífica que tantos y tantos criollos e incluso españoles peninsulares deseaban. La muestra de que sí fue posible optar por un proceso de liberación pacífico la puso Brasil, la gigantesca colonia portuguesa en Sudamérica, cuya Independencia no costó una sola vida humana. Cuando el príncipe regente portugués Pedro pronunció la palabra “permanezco” y decidió mantenerse en Brasil, la enorme colonia lusitana se transformó en un imperio independiente, gobernado por el hijo del Rey de Portugal, país que al igual que España había sido invadido por Napoleón en 1808, con la diferencia de que la familia real, en lugar de caer presa de los franceses, se exilió a su colonia sudamericana. Cierto, en Brasil la esclavitud sobrevivió todavía muchos años después de la proclamación de su Independencia, pero su liberación no costó miles de muertes como en el resto de los países americanos. Algo similar pudo haber ocurrido en México en 1808, cuando la noticia de la invasión napoleónica a España acababa de llegar al país y algunos altos jerarcas del Ayuntamiento de la Ciudad de México, entre los que destacaban Francisco Primo de Verdad y Fray Melchor de Talamantes, se pronunciaron por la formación de un gobierno autónomo provisional. La idea era la proclamación de un una junta gubernamental con capacidad de autodeterminación que gobernara la Nueva España al menos de manera provisional en lo que se definía la suerte del Rey Fernando VII, preso de Napoleón. Entre los partidarios de esta provisional autonomía estaba el mismísimo virrey José de Iturrigaray, a quien no le molestaba la idea de encabezar ese gobierno autónomo. ¿Quería Iturrigaray transformarse en el emperador de una nación autónoma? La verdad fue que no hubo tiempo para suposiciones, pues un grupo de ricos peninsulares temerosos de sus propósitos independentistas, aprehendieron a Iturrigaray la noche del 15 de septiembre de 1808, exactamente años antes de que Miguel Hidalgo diera su grito en Dolores. Primo de Verdad y Talamantes también fueron cargados de cadenas y ambos murieron en prisión en circunstancias muy extrañas. Sin embargo, ya en ese momento había germinado entre la alta aristocracia criolla la idea de una autonomía, al menos parcial, que sin duda pudo haber sido un primer paso para lograr una Independencia total. Tal vez entre los criollos no había muchos independentistas, pero sí muchos autonomistas y dicha autonomía sin duda hubiera sido el primer escalón. La idea original del movimiento, era el de un golpe de estado en el centro mismo del poder, un golpe encabezado por militares criollos que derramara la menor cantidad de sangre posible y pudiera colocar en el poder a una junta de gobierno autónoma. Lo que jamás estuvo planeado, fue lo que al final ocurrió: una revuelta popular sangrienta surgida al vapor y encabezada por un cura de pueblo que no pudo domar la fiera desencadenada por él mismo. Duele decirlo, pero la revuelta popular de Hidalgo, lejos de acelerar, retrasó el proceso de Independencia que pudo conseguirse de manera gradual y más civilizada. De hecho, la consumación de la Independencia en 1821 no fue un acto que se diera como resultado o consecuencia directa de los movimientos de Hidalgo y Morelos. A partir del momento en que Iturbide proclamó el Plan de Iguala, no hubo ya en el país más sacrificios humanos y la separación de la corona se logró de la misma forma que se pudo haber concretado trece años antes, en 1808, anteponiendo las ideas a los cañones.