Hace doce años, un día de octubre, específicamente el 16, pisé por vez primera tierra bajacaliforniana y muy pronto me quedó claro que este es mi sitio. Los vientos de Santa Ana y las olas del Pacífico me revolcaron y mi alma se fundió con un atardecer tras las Islas Coronado. Tengo un hijo bajacaliforniano que vive en una casa bajacaliforniana y en esta península he desparramado un millón de letras. Hay una esencia peninsular tatuada en mis pensamientos.
HISTORIA DE UNA GRAN INTRIGA
Por Daniel Salinas Basave
Se llamaba Joel Roberts Poinsett y su profesión fue la de intrigante. Podemos también llamarlo sembrador de cizaña, ave de tempestades, oscuro operador político de mano izquierda e inexistentes escrúpulos. Definitivamente, un tipo de esos que uno no quisiera tener nunca de enemigo y que más de un gobernante quiso tener como amigo y prestamista. Poinsett fue el primer embajador de Estados Unidos en el recién nacido México. Si bien el título en aquel tiempo no era de embajador, sino de ministro, lo cierto es que este artista de la intriga fue el primer representante oficial del vecino norteño en el país e hizo de las suyas con su sucio juego diplomático En México lo recordamos como el primer embajador gringo de la historia, aquel que inauguró la tradición de inmiscuir los intereses del Tío Sam en nuestra política interna, arte que perfeccionaría hasta el barroquismo Henry Lane Wilson un siglo después. En Chile lo recuerdan como el primer cónsul norteamericano en ese país y no sólo eso, sino como el primer protestante en pisar esa católica tierra. Para los estadounidenses, en cambio, fue un botánico y físico que derrochaba sabiduría, un científico consumado entre cuyas travesuras destacaban alguna que otra labor de espionaje en la naciente Latinoamérica. También se le recuerda como secretario de Guerra en el periodo de Martin Van Buren y fundador del Instituto Nacional para la Promoción de las Ciencias. Como podemos ver, este señor era un auténtico estuche de monerías. Vaya, con decirle a usted que este hombre se permitió inmortalizar su nombre en una flor, la Poinsetia o Flor de Noche Buena, lo que demuestra que además de la intriga política, también aprovechó su estancia en México para entregarse al estudio de las plantas nativas. Nacido en Charleston, Carolina del Sur en 1779, Poinsett fue toda su vida un tipo de lo más enfermizo. Su salud era pésima, pero su carácter de hierro lo mismo que su sed de conocimiento lo hacían sobreponerse de todo mal. Muy joven viajó por Europa e hizo gran amistad con los nobles de la corte rusa. Aunque era un pésimo orador, era excelente hablando al oído izquierdo de los hombres de poder. Cuando Estados Unidos se dio cuenta que podía sacarle provecho a las rebeliones insurgentes latinoamericanas, Poinsett se transformó en su mejor arma de sabotaje. Políglota y con asombrosa capacidad de inmiscuirse como seda en los más delicados asuntos políticos de los países que visitaba, el de Carolina del Sur se convirtió en el diplomático ideal. Haciéndose pasar por súbdito inglés, en 1810 llegó al Virreinato del Río de la Plata, la actual Argentina, donde acababa de estallar la Revolución de Mayo. Si bien Estados Unidos manejaba oficialmente una postura de neutralidad, lo cierto que la consigna era sabotear al Imperio Español ofreciendo por debajo de la mesa el apoyo estadounidense a la insurgencia argentina. Un par de años después llega con su título de cónsul a Chile, inmerso también en su guerra de Independencia y en donde Poinsett operó a favor de los rebeldes bajo el disfraz de un neutral diplomático. Sin embargo su doctorado lo haría en el México recién independizado, a donde llegó en 1825 con el título de Ministro de los Estados Unidos. Firme creyente del América para los americanos de la doctrina Monrowe, Poinsett bien puede reclamar la paternidad de la deuda externa en México. El primer presidente del país, Guadalupe Victoria, administraba un gobierno quebrado, sin la más mínima solvencia para subsistir y la deuda fue su único camino. Poinsett estaba ahí para ofrecerle préstamos en charola de plata. Poinsett también fue el gran exportador de la masonería yorkina cuyas logias inauguró en México, en donde hasta entonces había un total predomino del Rito Escocés. De hecho, el embajador logró aglutinar en el Rito Yorkino a los más radicales insurgentes, empezando por Vicente Guerrero, gran maestre de la logia. La oscura mano de Poinsett estuvo detrás de la purga del Plan de Montaño, cuando el vicepresidente Nicolás Bravo, masón escocés, fue depuesto por los yorkinos. También fue la mano que mece la cuna en el polémico e injusto decreto de expulsión de los españoles del país en 1829 y fue artífice e instigador del primer gran fraude electoral del México independiente, apenas en la segunda elección presidencial, cuando el triunfo de Manuel Gómez Pedraza no fue reconocido y los yorkinos impusieron a Guerrero. Tras un lustro en que sembró cizañas y tempestades al por mayor, retornó en 1830 a su natal Carolina del Sur. La verdad, lo que Mitos del Bicentenario diga en este espacio sobre Poinsett siempre será insuficiente. Si usted tiene interés en este intrigante personaje le recomiendo la obra “Poinsett. Historia de una Gran Intriga” de mi maestro José Fuentes Mares. Nadie mejor que el chihuahuense para bucear en tan controvertida y complicada personalidad.
Gracias totales
La presentación del libro Mitos del Bicentenario, he de reconocerlo, superó todas mis expectativas. ¿Qué puedo decir? ¿Cómo expresar mi más brutalmente honesta gratitud? Hubo tantos y tan significativos detalles. A todos y cada uno de los que acudieron les agradezco inmensamente todo su apoyo. El libro es suyo, pueden ustedes hacer de él lo que gusten. Pueden rayarlo, hacerle anotaciones, escribir un poema en él, pintarle monitos, destrozarlo, usarlo para matar una mosca, pero por favor no lo arrojen a una caja ni lo dejen en la indiferencia. Si quieren hacerlo pedazos yo no voy a defenderlo. Ese barquito de papel ya ha zarpado y debe enfrentar sus propias tempestades.
A todos y cada uno de los que acudieron aquella noche les expreso mi más profunda gratitud. Me hubiera gustado poder decir salud y beberme una copa de vino con cada uno de ustedes, pero salud les digo desde esta página. Gracias totales.