Eterno Retorno

Friday, July 16, 2010

Hacía un buen rato que no escribía en www.recolectivo.com Ustedes saben… la campaña y esa borrachera de ocupaciones, pendientes y proyectos postergados. Ahora por primera vez en la vida tengo tiempo y carezco de pretextos, lo que se traduce en tímidos intentos por volver. El tema de la semana era Fuerza Hippie o algo así. Esta cosa fue lo que les mandé desde el particular patio de mi casa, donde la fuente y su hipnótico cascadeo, han hecho su debut en este verano tardío

El estereotipo jipyoso

Al igual que muchos morritos paridos por padres adolescentes en la mitad de la década de los 70, la cultura jipyteca me llegó por herencia familiar. Mi nombre, que en hebreo significa “Dios es mi Juez”, no se lo debo al profeta que fue a caer en la cueva de los leones en Babilonia, sino a una rolita de Elton John que estaba de moda en aquellas épocas setenteras. Vaya, los Doors y Led Zeppelin me eran tan familiares como Cri-Cri a los cinco años de edad. The Moody Blues fue y es el non plus ultra de mi Madre. Esa ha sido por siempre su banda y rolitas como The Story in your Eyes y la celebérrima Nights in White Satin, fueron el soundtrack de mi infancia. Si las escucho, me remontan de inmediato a un Monterrey que ya no existe, donde el Río Santa Catarina y la Quinta González eran oasis de magia en el que habitaban caballos, zorros y duendes. Muchos morros de mi generación, paridos por padres un tanto mayores, supieron de la existencia de Jim Morrison hasta 1991, cuando a Oliver Stone se le ocurrió sacar una película que los puso de moda entre los neopachecos, que descubrieron Soul Kitchen al mismo tiempo que Smells Like Teen Spirit.
Hay una rola setentera que irremediablemente me pone triste y me remonta a ciertas tardes inmensamente melancólicas de mi feliz infancia. La rola se llama Summer Breeze. A mediados de los 90, los gótico-metaleros Type O Negative armaron una versión particularmente densa que me sumergía en dimensiones fantasmales, pero esa es otra historia.
La subcultura jipyteca me recuerda mi musical infancia. Tendría yo unos seis años cuando fuimos a ver la película de SGP Lonley Hearts Club Band. La movie me agradó bastante, pero a mi primo Héctor, que tendría cuatro años de edad, le cambió la existencia y definió su rumbo: a la fecha es un un beattlemaniaco incurable, al grado que cada que escucho Beatles, me es imposible no pensar en él.
Sí, crecí con esa música de vuelos altos que a la fecha me resulta muy familiar, pero mi propio camino se definió en 1983-1984 y la primera influencia fue mi tío José Manuel, en aquel entonces coleccionista de discos. En ese cuarto atiborrado de vinilos y posters, escuché por primera vez a AC/DC, a Scorpions, a Quiet Riot,a Accept, a Twisted Sister y a Van Halen. Desde entonces no lo he superado. Ha pasado más de un cuarto de siglo y yo sigo siendo un incurable e irredimible metalero que aunque he trabajado en una tienda de discos y en una estación de radio, he escuchado decenas de miles de bandas y aunque el punk-hard core me pegó muy duro como a los 17, considero que en este Universo nuestro no hay más allá de Iron Maiden.
El corazón metalero que ha quedado inmortalizado en varios tatuajes, fue en algún momento omnipresente en mi vestimenta. Pentagramas, cruces invertidas, muñequeras de puntas, botas y chamarras de cuero en armonía con una mata larguísima me acompañaron a la prepa y a la universidad. Lo simpático del asunto, es que bajo el criterio de mis compañeros de la prepa en el Albatros y de la Facultad de Derecho, yo era un Jipy. No había en mi indumentaria algún símbolo de paz, pero bajo su criterio yo era un jipioso,como jipy era el tipo que escuchaba Silvio Rodríguez, Arturo Meza, Minor Threat o el TRI. En realidad, jipy era todo aquel que no fuese un ranger o un fresa y yo entraba en esa amplísima categoría. No importa si lo tuyo era Carcass o Fernando Delgadillo. Tu eras jipy y por jipy pasabas en este mundo. A le fecha, cuando me encuentro ex compañeros, no pueden evitar preguntarme si todavía soy jipy y sin duda algunos imaginan que me dediqué a vender pachuli en Coyoacán o que quedé perdido en una búsqueda de peyote en Real de 14.
Hoy día, desde la lejanía de mi vida adulta, veo caminar frente a mí a morritos catorceñeros y me divierto viendo el mosaico de subculturas que llevan en su vestimenta. Son flaquitos, de pantalón entubado y podrían pasar por esa cosa que hoy en día se llama emo, pero si los observo bien, me encuentro con una camiseta de Misfits o de Ramones o de Mago de Oz, aunque eso no está peleado con que lleven una chamarra con un parche de Guns n Roses y otro de Pink Floyd con los ladrillitos de The Wall, a lado de una planta de mota, una cara de Jim Morrison en la mochila y otra de Kurt Cobain o de Angus Young a lado de una virgen guadalupana abrazada por Alex Lora, un Eddie de Iron Maiden y una gorra de los Héroes del Silencio y por ahí si me apuras, en su libreta puedes encontrar la A de anarquía y hasta el simbolito de Crass, aunque en su iPod estén escuchando música de Nikki Clan y Nicho Hinojosa. Y ante sus compañeros de escuela, estos monumentos a la confusión de rebelde melancolía serán irremediablemente clasificados como jipys.