Eterno Retorno

Thursday, July 15, 2010

Esta noche participo en el programa de Fernando Martínez en mesa redonda hablando sobre el nombramiento de Blake en Gobernación y los inminentes cambios en el gabinete estatal. Siguelo a partir de las 20:00 de Tijuana en sintesistv.info o canal 21 de Cablevisión.

Comparto la editorial que escribí en el penúltimo número de El Informador sobre este poco conocido pasaje de nuestra historia.


LOS MITOS DEL BICENTENARIO


Baja California en la mira de los corsarios australes


Por Daniel Salinas Basave


La figura de aquel “pirata cojo con pata de palo, con parche en el ojo, con cara de malo”, inspiró por igual a Joaquín Sabina que a Emilio Salgari o Johnny Deep. Sí, la imagen del corsario con perico al hombro ha seducido y aún seduce a generaciones enteras, si bien asociamos la leyenda con aguas caribeñas. Los cuentos de piratas nos parecen propios de Jamaica, Cuba o Puerto Rico, pero no de las Islas Coronado. Cuando miramos un bello atardecer en Playas de Tijuana, sin duda nunca pensamos que alguna vez por esas aguas navegaron legendarios corsarios que sembraron el terror en la península bajacaliforniana y en California. Cierto, no se puede decir que Baja California y California hayan vivido aterrorizadas por los bucaneros como sucedía en las costas de Campeche y Veracruz, pero lo cierto es que sí hubo en estas tierras al menos un par de expediciones de afamados corsarios que cubrieron de sangre el litoral de la región.

En 1818, un célebre “lobo de mar” franco-argentino navegó por el Pacífico bajacaliforniano hasta llegar a la Bahía de Monterey, misma que asoló. Por sorprendente que parezca, Argentina, al igual que Inglaterra, tiene su gran corsario nacional: Se llama Hipólito Bouchard, nacido en la mítica playa de Saint-Tropez, en el corazón de la Costa Azul francesa, en 1780. Cierto, no era un pirata cojo con pata de palo ni se sabe que trajera un loro en el hombro, pero lo cierto es que este tipo era un consumado ladrón de mar de nacionalidad francesa que trabajaba para las Provincias Unidas del Río de la Plata y que organizaba expediciones de saqueo con disfraz de independencia. Preciso es señalar que aunque el término se utiliza indistintamente, corsario y pirata no son sinónimos. Un pirata es un vil asaltante de mar, mientras que un corsario es un marino independiente o una suerte de mercenario con “patente de corso” avalada por el gobierno de algún país para asaltar embarcaciones o puertos de naciones enemigas. Hay que recordar que Sir Francis Drake, el corsario favorito de Inglaterra, fue ordenado caballero por la Reina Isabel. Hipólito Bouchard no tenía el título de Sir, pero sí contaba con el aval del gobierno insurgente rioplatense para ir por los mares exportando la flama libertaria. La vida de Hipólito Bouchard no le pide nada a las ficciones novelescas de Emilio Salgari. La existencia del franco-argentino es toda una novela de aventuras que envidiaría el mismísimo Sandokán y tiene por escenario los mares del mundo entero por donde navegó trabajando para la Marina Francesa y para las Provincias Unidas del Río de la Plata. Este francés llegó a la Argentina poco antes de la Revolución de Mayo y combatió a los españoles a lado de José de San Martín. Antes había estado combatiendo en Egipto y en Haití, pero decidió establecerse en tierras rioplatenses donde contrajo matrimonio con Norberta Merlo. Bouchard saltó a la fama durante la precampaña del Pacífico, cuando junto con el Almirante Guillermo Brown, asaltó los puertos de El Callao y Guayaquil. A bordo de su frágil corbeta “Halcón” y con la patente de corso del gobierno insurgente argentino, Bouchard se hizo a la mar en 1815, acompañado del almirante Brown, quien iba al frente de la embarcación “Santísima Trinidad”. Partieron de Montevideo hacia el Sur y tras cruzar el Cabo de Hornos, navegaron al Norte por el Pacífico hasta llegar a puertos peruanos y ecuatorianos donde bombardearon las fortalezas. El espacio de esta columna es muy breve como para poder narrar las inverosímiles andanzas de este aventurero que cruzó el Océano Índico y sorteando amotinamientos y un devastador incendio en su barco, llegó a Madagascar y a Filipinas. Lo cierto es que esta fiera de los océanos navegó frente a Baja California a bordo de las fragatas “La Argentina” y “Santa Rosa” y entre noviembre de 1818 y marzo de 1819 asaltó los asentamientos españoles de Monterey, Santa Bárbara y San Juan Capistrano, para después navegar hacia Bahía Vizcaíno hasta alcanzar el puerto nayarita de San Blas. El objetivo de estas expediciones era hacerse de recursos y víveres mediante el pillaje, llevar a cabo operaciones de contrabando, además de causarle severos dolores de cabeza a la corona española devastando sus puertos y sembrando ideas revolucionarias en sus colonias.

En lo personal, me gusta mucho la definición utilizada por el maestro David Piñera quien se refiere a estas embarcaciones como “logias flotantes”, pues su bandera ideológica no era un par de tibias y una calavera, sino la escuadra el compás, toda vez que la mayoría de sus tripulantes eran masones comprometidos contra el absolutismo y el colonialismo español. Como se puede ver, las banderas libertarias siempre han sido un excelente pretexto para el saqueo.

Otra expedición referida por David Piñera, citando al historiador Pablo Herrera Carrillo, fue la patrocinada en 1822 el mítico marino escocés Lord Archibald Cochrane, singular prócer de la independencia chilena, quien envío hasta costas bajacalifornianas las fragatas “Independencia” y el bergantín “Araucano”, tripulados por chilenos y británicos que sembraron el terror en San José del Cabo y Todos los Santos en 1822, todo porque supuestamente, Baja California, influida por los misioneros, se negaba a jurar la Independencia, lo que finalmente ocurrió, por cierto bajo presión.

Al final, la marca que estas expediciones corsarias dejaron en las californias, aparte de saqueos e incendios, no fue profunda ni trajo severas consecuencias geopolíticas separatistas o anexionistas, si bien habrá quien pueda afirmar que la jura de la Independencia de México en Baja California Sur se debió a la influencia de los corsarios chilenos enviados por Cochrane. Lo que es un hecho es que con todo y sus tintes de leyenda e irrealidad, corsarios de las naciones más australes del planeta navegaron algún día frente a nuestras costas y contemplaron, hace casi dos siglos, la infinita belleza de los atardeceres bajacalifornianos.