Lo peor es la sensación de permanente Deja Vu. Este mal sueño lo he vivido antes, dice a cada momento mi subconsciente, aunque hasta donde tengo entendido, jamás había participado yo en alguna campaña política ni había sufrido una derrota de semejante magnitud. Sin embargo, cada sensación me parece la repetición de de una película que ya vi. Acaso en vidas pasadas viví un domingo tan negro como ese maldito día 4. Lo cierto es que este Deja Vu es molesto como una mosca revoloteando sobre mi cara.
No se si una campaña sea, como alguien dijo por ahí, vivir la vida entera en dos meses. La verdad no es para tanto. Yo más bien la definiría como un postgrado con su seminario o taller práctico sobre la vida en tu ciudad. Al final de estos dos meses te deberían dar tu título de maestría. Pienso que aprendes mucho más en estos 58 días que en dos años de doctorado en el Colef. Vaya, sin duda existen materias como “estudios sociopolíticos de las urbes fronterizas”, “análisis de la marginación en el corredor binacional”, “estructuras socioeconómicas de las fronteras” o algo por el estilo de las te empapas en carne propia durante una campaña. Llegas a lugares absolutamente improbables, hablas con gente con visiones e ideas de vida radicalmente opuestas, con intereses enfrentados. Haces un licuado de tijuanería y te lo bebes de hidalgo en un vasito tequilero.
Más allá del seminario sociológico, la campaña significa sumergirse en las profundidades de los pantanos de la condición humana. Grandeza y miseria humana. La campaña es como el gran teatro de la humanidad. Ahí están representados todos. Hay entrega, abnegación, verdadera amistad y sobre todo, fe. Pero hay también mierdez para atragantarse, empezando por el ego, el maldito ego y esa incapacidad tan adulta de decir la verdad, de hablar mirando a los ojos y escupir palabras con alguna mínima dosis de franqueza. La actitud humana ante la victoria, la actitud ante la derrota. Todo ese concierto de adulaciones, esa sinfonía de irrealidad, todos esos “amigos” y “fieles militantes” de partido que con tanto amor nos deseaban la derrota. Y al final el silencio, sólo el silencio. Empecemos por las encuestas, las putas encuestas, flautistas de Hamelin que hipnotizan a todos con su musiquita idiota de números alegres. En el futuro inmediato los políticos deberían hacer fogatas con las encuestas.
El tren corría enloquecido, a toda velocidad. La máquina iba al tope de sus revoluciones y yo iba arriba de ella. De pronto, una mañana despiertas y estás a un lado de la vía. No sabes si has descarrilado, si el viaje se interrumpió o si simplemente has concluido. Ahora estás detenido en medio del desierto. Es tiempo de ponerse a caminar. La más potente y alucinante de las drogas, es el trabajo. Sin autocuestionamientos ni reflexiones, entregado por completo a la profundidad del instante. Una droga que tiene sus reforzadores en las zonas hedonistas del cerebro. Al final, te queda por herencia una cruda monumental.
Tijuana, harta y desesperada, enfureció, tomó su pistola, la cargó de balas, se apuntó a sí misma y se disparó. En los pies, en el estómago, en la cabeza. Tijuana se ha acuchillado a sí misma. En su afán de castigar, se castigó y se recetó una medicina venenosa. Para curar su migraña, producto de una resaca de recesión mundial, Tijuana decidió tomarse un vaso de cianuro. Tijuana se envenenó a sí misma. “Bienvenida de vuelta la mafia a la policía, bienvenidos los secuestros y las extorsiones. Bienvenidas las formas más anacrónicas de gobierno, Bienvenida la prehistoria y la gerontocracia. Bienvenida una momia al poder. Todo eso vale la pena con tal de castigar a Calderón. No importa que Tijuana se vaya al fondo de mierda con el PRI, dirán los panistas resentidos. Sólo así curaré mi envidia y resentimiento. Y castigando a toda una ciudad, castigaré a los que me humillaron en la elección interna”. Esa es la lógica de los “files militantes” que este domingo fueron tan solidarios con su ciudad.
Al final, en la red de agujeros que nos queda por herencia (dirían los poemas de la Visión de los Vencidos) yace el humor negro, la broma y la capacidad de reírse de uno mismo. Parece que mostrar dolor con desparpajo no es propio de nuestra cultura. Lo políticamente correcto es decir que sí, te molestaste un poquito, pero ahora estás a toda madre.
No se si una campaña sea, como alguien dijo por ahí, vivir la vida entera en dos meses. La verdad no es para tanto. Yo más bien la definiría como un postgrado con su seminario o taller práctico sobre la vida en tu ciudad. Al final de estos dos meses te deberían dar tu título de maestría. Pienso que aprendes mucho más en estos 58 días que en dos años de doctorado en el Colef. Vaya, sin duda existen materias como “estudios sociopolíticos de las urbes fronterizas”, “análisis de la marginación en el corredor binacional”, “estructuras socioeconómicas de las fronteras” o algo por el estilo de las te empapas en carne propia durante una campaña. Llegas a lugares absolutamente improbables, hablas con gente con visiones e ideas de vida radicalmente opuestas, con intereses enfrentados. Haces un licuado de tijuanería y te lo bebes de hidalgo en un vasito tequilero.
Más allá del seminario sociológico, la campaña significa sumergirse en las profundidades de los pantanos de la condición humana. Grandeza y miseria humana. La campaña es como el gran teatro de la humanidad. Ahí están representados todos. Hay entrega, abnegación, verdadera amistad y sobre todo, fe. Pero hay también mierdez para atragantarse, empezando por el ego, el maldito ego y esa incapacidad tan adulta de decir la verdad, de hablar mirando a los ojos y escupir palabras con alguna mínima dosis de franqueza. La actitud humana ante la victoria, la actitud ante la derrota. Todo ese concierto de adulaciones, esa sinfonía de irrealidad, todos esos “amigos” y “fieles militantes” de partido que con tanto amor nos deseaban la derrota. Y al final el silencio, sólo el silencio. Empecemos por las encuestas, las putas encuestas, flautistas de Hamelin que hipnotizan a todos con su musiquita idiota de números alegres. En el futuro inmediato los políticos deberían hacer fogatas con las encuestas.
El tren corría enloquecido, a toda velocidad. La máquina iba al tope de sus revoluciones y yo iba arriba de ella. De pronto, una mañana despiertas y estás a un lado de la vía. No sabes si has descarrilado, si el viaje se interrumpió o si simplemente has concluido. Ahora estás detenido en medio del desierto. Es tiempo de ponerse a caminar. La más potente y alucinante de las drogas, es el trabajo. Sin autocuestionamientos ni reflexiones, entregado por completo a la profundidad del instante. Una droga que tiene sus reforzadores en las zonas hedonistas del cerebro. Al final, te queda por herencia una cruda monumental.
Tijuana, harta y desesperada, enfureció, tomó su pistola, la cargó de balas, se apuntó a sí misma y se disparó. En los pies, en el estómago, en la cabeza. Tijuana se ha acuchillado a sí misma. En su afán de castigar, se castigó y se recetó una medicina venenosa. Para curar su migraña, producto de una resaca de recesión mundial, Tijuana decidió tomarse un vaso de cianuro. Tijuana se envenenó a sí misma. “Bienvenida de vuelta la mafia a la policía, bienvenidos los secuestros y las extorsiones. Bienvenidas las formas más anacrónicas de gobierno, Bienvenida la prehistoria y la gerontocracia. Bienvenida una momia al poder. Todo eso vale la pena con tal de castigar a Calderón. No importa que Tijuana se vaya al fondo de mierda con el PRI, dirán los panistas resentidos. Sólo así curaré mi envidia y resentimiento. Y castigando a toda una ciudad, castigaré a los que me humillaron en la elección interna”. Esa es la lógica de los “files militantes” que este domingo fueron tan solidarios con su ciudad.
Al final, en la red de agujeros que nos queda por herencia (dirían los poemas de la Visión de los Vencidos) yace el humor negro, la broma y la capacidad de reírse de uno mismo. Parece que mostrar dolor con desparpajo no es propio de nuestra cultura. Lo políticamente correcto es decir que sí, te molestaste un poquito, pero ahora estás a toda madre.